domingo, 18 de diciembre de 2022

𝗠𝗮𝗱𝗿𝗶𝗱

   Madrid. He caminado por la Villa subiendo callejuelas, bajando por avenidas, atravesando espacios modernos y pisando suelo decimonónico. He viajado en las guaguas de la EMT cuando algunas de sus líneas tenían el punto de partida en la Puerta del Sol; desde los andenes de Atocha y Chamartín un Cercanías me ha conducido al destino al igual que la modernidad de la Media Distancia o la Alta Velocidad, con la certeza de que la vuelta me dejaría, de nuevo, en la Villa. Conozco un poco la capital de capitales, esa urbe a veces insoportable y en otras ocasiones puro deleite. Me quedo con la segunda y aguanto a la primera.

Veo y me recreo cada vez que llego con partes de la historia común, y me emociono porque me toca de cerca, una sensación, salvando las distancias, como la que siento en el diario ir y venir por la ciudad que me vio nacer y de la que han borrado esquinas, plazas, edificios y árboles cuyo recuerdo es el único documento que guardo. Pero hablemos de Madrid, de unos matices desconocidos o casi.

Madrid Confidencial (Guadarramistas Editorial, 2022) Ángel Sánchez Crespo.

   Ha sido por la afición al pateo y mirar aquí y acullá que me encontré con este libro mientras los ecos del bullicio proveniente de la Plaza de Jacinto Benavente tiraban de mi curiosidad, mas puedo afirmar que no me arrepiento -me refiero al libro-. Nada descubro cuando afirmo que de esta ciudad se ha escrito lo imaginable y a lo peor también de lo otro, pero en el texto elaborado por Sánchez Crespo, el undécimo que dedica a la Villa y Corte, las historias que describe y por tanto rescata de ese posible olvido individual que siempre acecha, no tienen desperdicio como en el caso de El café de “los cagones” donde se servía un sorbete de arroz con leche «que ya fuera porque cortaba la diarrea a los que la sufrían o porque la producía a quienes la consumían» dio el sobrenombre al Café de Pombo. Dejando a un lado la cuestión escatológica, el lector tendrá noticias de aquel Madrid de los Austrias donde los locos tenían un espacio reservado para el deleite de la Corte, pero no es conveniente confundirlo con la figura del bufón. En el caso de los primeros, el asunto llegó a tal punto, que «los aristócratas también poseían los suyos» produciéndose intercambios con el dato añadido que «Italia fue el principal país importador de locos españoles».

   Que ciento veintiocho capítulos dan para mucho cuando lo que se cuenta no se pierde por los famosos cerros, es un placer que sabrá apreciar, tanto el lector de fondo como el curioso que busca el detalle que contar en cualquier fiesta de guardar. Madrid Confidencial es un libro que acerca a ciertas entretelas de la metrópolis dignas de ser conocidas por el vecino como por el visitante. En sus más de doscientas páginas, quienes aman las ciudades no deberían perder esta oportunidad. Podría continuar describiendo el texto y su contexto, pero todo eso es confidencial.


miércoles, 2 de noviembre de 2022

𝗟𝗶𝘁𝗲𝗿𝗮𝘁𝘂𝗿𝗮 𝘆 𝗲𝗻𝗲𝗿𝗴í𝗮 𝗻𝘂𝗰𝗹𝗲𝗮𝗿

 


   Son los usos y no per se, aquellos elementos que aportan el interés, la calidad y en contadas ocasiones, alcanzan la excelencia, tanto al hecho literario como a todo lo relacionado con el átomo. Claro está, o lo supongo, que usted se preguntará qué diablos pintan los neutrones y protones con la Misericordia galdosiana, El perseguidor cortazariano o con la Música de cañerías de Bukowski. Insisto. El trabajo bien hecho nos ha enseñado a diferenciar el párrafo que atrapa el alma frente al ‘ladrillo’ con pretensiones y ha mostrado al orbe que una tomografía axial computarizada de por ejemplo, un cerebro, muestra que lo nuclear trasciende la catástrofe de Fukushima.

Pero esta pieza musical ha venido para dedicar su líneas a esos momentos que cualquier escritor de oficio que no de pose, debería sufrir en carne propia, unos instantes casi eternos donde luce todo el esplendor de otra faceta ¿miserable? que conforma el hábitat al que se llega por cariño, se permanece por gusto y se continúa a pesar de los pesares. Incluso, llegado el caso de llamar la atención del imprescindible editor -y no de uno de esos cantamañanas que pueblan y contaminan todo lo que tocan- hasta el punto de ver publicada la obra, jamás debería bajarse la guardia, despegar los pies del suelo y dar por cimentado un futuro repleto de parabienes, algo complicado cuando el tonto sigue la linde a pesar de que no quede rastro del camino.

Angustia, decepción

Me asaltó cierto desasosiego cuando escribiendo este párrafo, un neutrino travieso se interpuso en cierto instante por determinar, preguntándome con una suerte de melancólica mirada, dónde se halla el punto exacto entre la cordura y la decepción. Sorprendido ante la cuestión planteada no vi más solución que ignorar el envite y retomar la senda literaria que es la causa de tantos momentos inolvidables, de puro solaz, casi a la altura de la santa de Ávila. Mas dicho esto, surge una cuestión de breve enunciado a la par de inocente, que tiene al editor como epicentro: ¿Y?

La experiencia adquirida a lo largo de una vida junto con el conocimiento transmitido por otros colegas es de amplio espectro como si de una feria se tratara consiste en promesas de éxito al estilo «Chaval, tú vales mucho. Confía en mí». También entre cantos de presentes y futuras vanidades, anda acurrucado, ¡afortunadamente!, el especialista que se deja honra y hacienda sin más pretensiones que el amor al arte; que cuida el texto hasta la extenuación luchando mano a mano junto al autor o debilitando las resistencias de éste a mover un punto y aparte. Unos seres humanos que merecen el reconocimiento del gremio porque lo valen. Existen, están ahí, pero hay que buscar y no siempre la puerta que se abre enseña lo que se cree ver, mutando entre el espejismo o un trampantojo, luego será tarde, tal vez demasiado tarde para cambiar el rumbo, ni siquiera para huir con el manuscrito sujeto con trabas de diversos colores gritando «¡No era eso, no era eso!».

Junto a un operador nuclear de conocimientos enciclopédicos y experiencia sin par, alcancé el entendimiento exquisito en torno al átomo, la fisión, el bombardeo de neutrones o el anhelo por hacer realidad de forma sostenida y artificial la fusión nuclear, dejando a un lado todos los demonios que propagan individuos nostálgicos de las antorchas o en una versión revolucionaria, del quinqué, porque siempre han existido los versos sueltos.

modo de conclusión, sólo cabe señalar que tanto la literatura como la energía nuclear son actividades que lejos de un supuesto antagonismo serán mejor o un puñetero desastre dependiendo de cómo lo entienda el correspondiente autor en fraternal unión con el imprescindible editor.


miércoles, 14 de septiembre de 2022

𝗘𝗹 𝗮𝗰𝗼𝗺𝗼𝗱𝗮𝗱𝗼𝗿 𝗹𝗶𝘁𝗲𝗿𝗮𝗿𝗶𝗼

 



   Durante la adolescencia me aficioné al cine que dieron en llamar de arte y ensayo y recuerdo, no sin cierto sonrojo, que tras varias visitas a la sala de proyecciones -cuya ubicación mantendré oculta- y habiendo adquirido un profundo conocimiento sobre ese género, ¡Dersu Uzala!, mi gusto por el séptimo arte se escoró hacia el lado canalla. Sin apenas darme cuenta me vi envuelto entre las tinieblas de una sala que siendo oscura (como debe ser cualquier espacio que se empeñe en proyectar películas), era usada para otros fines que ni los hermanos Lumière pudieron imaginar: Me refiero al cine porno.

   Tal vez y con el transcurrir de las décadas he llegado a esta conclusión: Mi afición por el cine experimental y hastiado de la etapa antes mencionada, hizo que buscara otras propuestas narrativas, porque seamos claro, el canon que había impuesto la experimentación ¡Solaris! estaba boqueando entre promesas de un presente desorientado y un futuro desquiciado. Con esos antecedentes de hecho, cumplidas no sé ni cuántas primaveras, la vida me lanzó un envite inspirado en un viejo refrán: «¿No quieres caldo?, pues toma dos tazas» y acabé siendo el acomodador más joven de la historia de aquel viejo antro, otrora espacio para el tránsito de princesas, piratas y autos locos. Aquella experiencia me brindó grandes enseñanzas e hizo que mi horizonte intelectual, que hasta ese momento no pasaba de ser una línea borrosa, mostrara que la vida es algo más que una erección o un gemido y así, descubrí la literatura en la que me sumergí sin tener que soportar los amores de ellas y las heroicidades de ellos, a todas luces faltas de realismo. Empecé a leer durante mi jornada laboral. Esperaba al comienzo de la película y si llegaba algún espectador rezagado le ofrecía la linterna para que se acomodase a su gusto, aunque en otras ocasiones estaba tan abstraído por la trama, que con el dedo de una mano señalaba la puerta de entrada a la sala. El resultado de lo que ahora han dado en calificar como desatención de las obligaciones laborales se transformaba en quejas: «Siéntate de una puta vez», «Qué hostia me he dado» y algunas otras. Un mes más tarde, sin trabajo ni dinero, opté por recluirme en la casa de mi hermano, quien a pesar de todo, me dio de comer permitiendo que mis libros comenzaran a ocupar el exiguo espacio habitable. Leí, tomé notas -también burbon-, comparé estilos, confundí tramas, mezclé autores… mas llegado a este punto es necesario que usted sepa que la intención de esta pieza no es otra que reflexionar en torno a qué hacer cuando el lector, editor, autor, agente, distribuidor, crítico y el librero se enfrentan a la monarquía en la literatura, al gran problema de la sucesión. Quiénes deciden los candidatos, cómo y por qué, pero sobre todo surge una pregunta ¿Hablamos de literatura o del circo de las vanidades? ¿La literatura puede vivir sin saber a quién rendir pleitesía? ¿Debería organizarse una romería hasta la casa natal o segunda residencia del ungido? ¿No había dicho que plantearía una pregunta?

Acomodar

   Cuando se ha pasado toda una vida profesional exigiendo coherencia, proclamando qué está bien, denunciando las atrocidades que se imprimen en nombre del libre mercado y la sana competencia; cuando toda la obra propia se alimenta con la certeza de que lo expresado es la opinión verdadera -casi un canon alternativo-, que las veleidades deben ser eso y no la deserción del estilo que tantas alegrías ha dado, y por tanto, o estamos aquí u olvídese de tocar en esta puerta, es casi seguro que se está frente al acomodador literario, al tipo dueño de la balanza cuyo fiel suda la pena negra cada vez que su amo mueve los platillos, el individuo que porta la linterna con la que señala el camino hacia el abismo o en dirección al olimpo de las letras y ocurre que el susodicho ha pasado toda una vida entre textos dejando las vergüenzas ajenas con el culo al aire de la Sierra y a la primera de cambio cae hipnotizado por los cantos de sirenas. Estimado, ¿Usted también? No obstante, y fiel a mi estilo conciliador no puedo por menos que recordar que todos convivimos con las contradicciones, que nadamos entre ellas y por tanto, ¿Qué tiene de malo sucumbir aunque sea un poco?

   El rey ha muerto, viva el rey, gritan los seguidores cuando acuden a la fuente de la que mana el líquido de la razón literaria para beber de esos chorros que mojan con su buena nueva o simplemente salpican gotas de suposiciones, de verdades a medio fundirse con el empedrado y esperan ansiosos por conocer la buena nueva. «No quisiera caer en la tentación de...», «Son tantos los que aspiran al trono...», «Él fue único en su género» o «Soy un humilde experto en la cosa», podrían ser las frases con las que nuestro audaz reponedor de anaqueles concluye su análisis inicial mientras espera las reacciones del cenáculo entre cuyos miembros están aquellos que han entrado en tensión (o casi en pánico) ¿Seré yo?, se preguntan ante el espejo. Porque hay más.

   La desaparición física del autor, no sólo deja un hueco en el panal del estilo literario, también causa un vacío en una silla que más temprano que tarde será ocupada por un colega, de tal forma que no sólo tenemos una suerte de sede vacante por causa del hecho biológico que unas fuerzas desconocidas se encargarán de cubrir, sino que el universo de las Letras debe dar una respuesta de quién ocupará el mueble antes señalado, y ahí no hay lugar para encomendarse a santos y arcángeles, en esto del sanedrín académico las cosas son como son ¿Cómo?, pregunte por cafés y salones. Por cierto, no quisiera concluir esta alegre pieza musical sin preguntarme si nuestro esforzado acomodador literario no estará teniendo sueños húmedos a punto como estamos de alcanzar ese veranillo septembrino y adentrarnos en la estación propicia para el verso insustancial y la linterna de luz agonizante.




sábado, 10 de septiembre de 2022

𝗟𝗮𝘀 𝗴𝗲𝗼𝗴𝗿𝗮𝗳í𝗮𝘀 𝗱𝗲 𝗚𝗮𝗹𝗱ó𝘀

 



   Existen maneras de contar quién fue, cómo fue, qué hizo, deshizo; también quienes dedican una parte importante de su vida en pos del conocimiento y la divulgación disponen de herramientas para hacer llegar las costumbres, tanto al común de los mortales como al mayor de los eruditos, de modos, contradicciones, aciertos, pifias y brillantes aportaciones de esas pocas personas, que por su singulares dotes, forman parte de nuestro patrimonio, de esas geografías por la que transitan, y cuyo resultado es una suerte de planimetría, tanto urbana como sentimental. Al menos de eso estoy convencido en el caso que protagoniza este artículo.

Benito Pérez Galdós. La figura del realismo español (Sargantana, 2019), de Eduardo Valero.

   Cuando el investigador decide adentrarse en la vida y obra de un maestro tiene que tomar alguna que otra decisión y asumir las consecuencias. Cuando tal sujeto de interés no es otro que don Benito Pérez Galdós, de quien tanto sabemos y al que aún no se conoce en todo su esplendor, el asunto resulta -es- una cuestión palpitante. Así, cabría esperar una biografía al uso repleta de lugares comunes que si no se embrida adecuadamente puede causar una subida incontrolada del azúcar -hagiografía-, mas éste no es el caso. También está la variante del estudio sosegado, cercano y muy bien documentado con los reconocimientos y las críticas que sean menester y aquí me acerco al trabajo de Eduardo. Y hablo de aproximación, porque este gran divulgador de la producción literaria del autor universal aporta una singularidad a lo escrito hasta ahora: Cohesionar los entornos donde se desarrollan las obras de Galdós, el medio físico y el sentimental. ¿Usted lo sabía desde antes del último altercado climático y entiende que nada aporto con mi comentario? Pues aplíquese el «Tanta paz lleves como descanso dejas».

   Contienen las páginas múltiples historias y matices que sitúan la figura del autor grancanario en perspectivas, tal vez, poco exploradas; se habla de los otros, tanto de aquellos que pasaron dejando una estela de pena coplera, como de otros tantos que provocaron esos surcos que señalan los instantes álgidos de una existencia, que marcan el camino para toda la vida. Sé que las cabras tiran al monte cuando Pérez Galdós es el epicentro. Que esos francotiradores del prejuicio conviven con su hiel mientras hurgan entre montañas de lodo, esperanzados de hallar el eslabón perdido de su miseria e incluso, y esto colma el aguante, algunos de quienes tienen la obligación de salvaguardar el legado del literato, de proteger y engrandecer su vida y creaciones, se han embarcado en ridículos juegos de mesa trasladando sus prejuicios al siglo XIX. No obstante, y por si necesitaran consuelo, cabe recordar que «Sus hermanas le enseñarán a tejer punto tunecino al croché». Existe un diálogo con Bartolo en el que un joven Galdós utiliza el lenguaje inclusivo (!)…

Yo. ―Vaya una doncella…

Bartolo. No, Señor; que soy doncello.

   Pérez Galdós, cuya obra es tan actual que parece haber sido escrita ayer, no dejó títere con cabeza entre las testas coronadas, las de evidente alopecia y todas aquellas que se encajaban un sombrero u optaban por una discreta pamela. Unos acudían a los cafés, pequeñas ferias de las vanidades matritenses para alardear o sablear y ellas protagonizan el universo galdosiano con esa robustez conocida. Y termino.

Tenemos biografías con el acierto según el gusto del lector o el conocimiento directo o por ‘experto’ interpuesto. Pero también existe el texto que recorre la geografía humana y el espacio físico encajando el texto y el contexto. Y es aquí donde Eduardo Valero ha realizado un trabajo mucho más que digno. Una labor digna de ser conocida y reconocida.

Decía que terminaba, pero no puedo ni quiero concluir sin recordar un párrafo del maestro. Corría el año de 1919 y la ceguera era una realidad, casi tanto como el hoy.

«Ahora… prefiero no ver. Mis ojos se congratulan de no contemplar a la Humanidad desangrada, vacilante y vestida de luto que ahora llena el mundo».


Miguel Ángel Contreras Betancor

Director de lectorel.blogspot.com

jueves, 25 de agosto de 2022

𝗥𝗼𝘀𝗮𝗹í𝗮

 










   La primera parte de Don Quijote estaba llegando a su fin, cuando Cervantes, cuya aversión a la novela de caballería lo tenía comiéndose los muñones, dedica unas líneas a dar un repaso a la comedia, recordando la opinión de Marco Tulio Cicerón, quien manifestó que tal género debía ser «espejo de la vida humana, ejemplo de las costumbres y imagen de la verdad». De repente, acudió hasta mi maltrecha cavidad cerebral el recuerdo del discurso que Pérez Galdós leyó con motivo de su ingreso en la Real Academia Española: «Imagen de la vida es la novela, y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humanos...». Por si acaso, contenga las ganas de ver arder mi cuerpo en una pira excitada, que esto no es lo que parece.

Rosalía (hacia 1872) Benito Pérez Galdós.

   Las grandes casualidades existen y Alan Smith -un galdosista de pro- tuvo la fortuna, allá por 1979, de ser el descubridor de un manuscrito en el reverso de la Segunda Serie de los Episodios Nacionales, descubrimiento que se unió al que en el mismo sentido realizara otro relevante estudioso del español universal, Walter Pattison, en su caso, el reverso que atesoraba cierto número de páginas de la obra inédita fue el manuscrito de Gloria. Así y tras dedicar años de trabajo en su reconstrucción, Smith logró dar coherencia al texto que protagoniza esta pieza literaria y que Ediciones Cátedra publicó en 1984. Y aunque es una novela incompleta, «¡Voto a Briján!» que es Pérez Galdós: El maestro; y aunque exista cierto consenso (o tal vez una unanimidad que ya habría querido Estanislao Figueras), en no considerarla parte de esa familia, creo que Rosalía podría tener nexos con el conjunto de las llamadas novelas de tesis, mas para discutir mi tímida afirmación, lea el texto.

Personajes con alma cervantina

   Me adentro en las entretelas de varios personajes en cuya lista no puede faltar el autor, quien con su permanente diálogo con el lector, a pesar del malestar que eso ocasiona a un conocido premio Nobel, que agarrado a la sombra flaubertiana enumera no sé qué pecados de eterna condenación, ahí está para el disfrute del leedor. Mire usted si el papel del narrador es importante, que incluso el lector será testigo de cómo se implica, hasta el punto de mostrar su preocupación por el devenir de alguno de los personajes. Pero vayamos al meollo.

   Cuando entra en escena, de Rosalía se afirma que «era feliz aunque ella misma no lo supiera», porque dado su carácter y su educación «ella misma se había forjado un limbo» en el que habitar sin mayores pesares, hasta que la vida se empeña en alterar la existencia más insignificante ocasionando una reacción en cadena de la que ya se verá cómo diantres se sale. Si bien intenta cambiar, diría que por ahí anda la clave de bóveda de su edificio moral; a pesar de que en tal sentido sea animada por otro personaje -Horacio- (quien descarga sobre los hombros de Lía todo el peso de la rebelión mientras sopesa hacia dónde ir con su fe), la protagonista es hija de su entorno, de un tiempo histórico que sería un disparate intelectual condenar desde la comodidad (ignorancia, prejuicios y ofensas azucaradas) del siglo XXI, y digo esto porque resulta que ahora es menester entrar en tales matices y así poner freno al devastador virus de la escasa comprensión lectora.

   Toca el turno a don Juan Crisóstomo de Gibralfaro. «¿Necesitaremos decir que era carlista?», lo era, tanto «como es carnicero el león y medroso el ciervo». Me refiero al padre de dos criaturas, Rosalía y Mariano, para quien la vida es el resultado de estar ubicado entre los muros de la casa, saber que en el interior de las arcas propias se apiña una gran cantidad de monedas, aunque las apariencias hagan intuir más de lo deseado, y por último, acudir a su mentor tanto como a La Esperanza, ‘pozos’ de donde extrae los cubos rebosantes del néctar con el que hidrata cuerpo y alma.

   Como sea que presiento cierto estado de agitación en torno a lo aseverado allende el arranque de este texto, sepa que mi afirmación en torno a la esencia cervantina que se desparrama en Rosalía, aparece tras el ejemplo expuesto más arriba y se va extendiendo entre otros intervinientes, por ejemplo, cuando de describir a Don Juan se refiere, trasladando al lector hasta Alonso Quijano, diciendo: «Era en lo físico de edad poco menor que la del siglo, de carnes enjutas, cuerpo largo, muy derecho de andadura...» mientras que de los asuntos alimentarios que se estilan en la casa de Crisóstomo, Galdós vuelve al guiño hacia Don Miguel: «En la olla no cabe duda (…) que más abundaba la vaca que el carnero, aunque la carne de éste regocijaba extremadamente a nuestro héroe...». Ocurre algo similar con el pobre diablo de Cayetano Guayaquil, un indiano a quien su regreso con las alforjas repletas dejó con las vergüenzas al viento. De éste tipo se dice que atrapado por una pobreza crónica vergonzante que consumía a la familia, el bueno de Cayetano «que no se desdeñaba de manejar el arado y la hoz, cual si fueran las más gloriosas armas de la caballería andante», resolvió irse por esos mundos.

   Pero aunque he dicho lo escrito (!), a la personalidad de Don Juan habría que añadirle otra faceta, una que emparenta con ese momento cumbre de la Margarita Gautier retratada por Alejandro Dumas, cuando ella, pobrecica mía, cree ver una súbita recuperación de su devastadora enfermedad y los lectores con el corazón en la boca, asistimos al trágico final cuya descripción me reservo por pudor. No queda aquí el asunto, porque ausente de mi espíritu cualquier pretensión de emular a un minero, mas, cuando también esa actividad ahora está muy mal vista, golpeo con una barrena ecológica hasta desentrañar la presencia de Charito, atrapada en una suerte de empanada caballeresca, de mina improductiva, que confundiendo la ficción con esa anhelada realidad que era incapaz de sujetar, optó por convencerse que no existe mayor presente que fiar todas las expectativas a unas páginas pobladas de sandeces (como esas historias de caballeros andantes que tan mal cuerpo ponían a Miguel de Cervantes) e intentar emular las proezas escritas que ella devoraba sin tino alguno. No obstante, y como si formara parte de alguno de esos episodios de lucidez que visitaban al Caballero de la triste figura, Rosario se enorgullecía de haber leído La dama de las camelias «doce veces y media, viéndose afectada de vagos deliquios y de dulces arrobamientos durante tan grata tarea». En definitiva, la gran admiración que Galdós sentía por Cervantes se plasma en esta novela a modo de homenaje y asunción del discurso del genio alcalaíno, añadiendo una sentencia del autor grancanario a cuenta de dos pasiones que conducían al embrutecimiento: «Dormir y leer novelas españolas de las de a cuartillo de real la entrega», en este caso, como diría Armas Marcelo, dispongo de tiempo para discutir sobre eso.

A modo de conclusión

   Esta novela condensa una parte importante de los asuntos que preocupan a un Pérez Galdós que cuando la escribe tiene veintinueve años: El empleado público, la religión, el papel de la prensa y la opresión que sufre la mujer. Como podrá ver, por tres de ellos pasan los siglos sin apenas cambios significativos, a pesar de haber desaparecido el manguito del oscuro oficinista, sea ministerial, local o el jefe de una estación de ferrocarril, como también sucede con la tecnología digital en los periódicos, mientras que con respecto a la mujer, me parece que hemos avanzado tanto como para no insistir en ver trogloditas por doquier: Las españolas pueden hacer lo que deseen y no precisan de observatorios desde el que escrutar cada una de sus decisiones como si sufrieran algún tipo de minusvalía congénita. ¡Oiga!, ¿Qué pasa con la Iglesia?, pregunta un lector anónimo. Pues pasa que con ella ¿o serán ellas? hemos topado.

Refiriéndome al primer asunto, Don Benito no pierde la ocasión de ‘acariciar’ la faz de unos empleados públicos convencidos, tanto ayer como hoy, de que únicamente deben lealtad al empleador mientras que el usuario (contribuyente) no es más que un mal necesario del que sólo puede esperarse preguntas, dudas y zozobras.

Del alimento espiritual, el maestro dejó buenas muestras de lo que opinaba a lo largo de su producción literaria y en el caso de Rosalía, el honor de las dudas, quebraderos de cabeza y pesadillas varias, corresponden a Horacio Reynolds, un sacerdote protestante a quien el naufragio de un barco lo conduce a otro hundimiento cuyas vías de agua tienen que ver con el alma y el músculo cardíaco. El inglés que llega a España buscando sin haber hallado, encuentra la felicidad que se torna en angustia. Se debate entre su obligación familiar, la amenaza de vida disipada o quién sabe si una vuelta de tuerca teológica. Surge la cuestión moral de unos y otros.

Incluso Mariano, el hijo díscolo de Don Juan Crisóstomo, el cabeza hueca que se hunde en las trampas que Madrid pone a sus pies, alcanza el momento cumbre de su existencia hasta el punto que su alma «experimentó una vivísima y repentina iluminación» de esas «tan raras en la vida, que permiten ver en todo su horror» los abismos de maldad que tenemos en ella. Respirar profundamente y abrazar el arrepentimiento fue todo un descubrimiento para el causante de las penas paternas.

Se refiere Galdós a la prensa con una contundencia que deja entrever los aromas pútridos nacionales y que Henrik Ibsen, en otro contexto, reflejaría diez años después en Un enemigo del pueblo. Resulta que un tal Picio, plumilla que sobrevive entre el sablazo y un hambre casi endémica, confiesa que el periódico para el que trabaja ha dejado de enarbolar la defensa de las clases conservadoras porque esos desagradecidos les han retirado la subvención «y nosotros necesitamos vivir, de aquí que tengamos ahora que atacarlas». Así que la línea editorial pasa al ataque lanzando lemas como «Guerra al capital, guerra a la propiedad y guerra al monopolio». El diario se llama La Antorcha y en palabras de Picio, es un «periódico atroz», añadiendo que desde que han variado el rumbo «no sabe Ud. cómo ha aumentado la suscribción (sic)». Repito: la novela se escribió en torno al año 1872, no sea que algún espíritu calenturiento vea similitudes con estos tiempos que padecemos.


   Podría concluir con una sucesión de loas y fuegos de artificio, mas prefiero llegar a este humilde punto y final.




jueves, 4 de agosto de 2022

El antídoto de la insistencia

 

   La mala suerte me acompaña. Y aunque no creo en gafes, elfos, druidas y la madre que parió a tanto bicho jardinero, insisto en lo dicho: La mala fortuna se ha instalado en todo aquello que tiene que ver con la leyenda negra cuyo protagonismo corresponde a España desde -tal vez un poco antes- aquel siglo XVI tan ‘bajonaranjero’. Me explico… o no.

   Resulta que insistir en el estudio de tal manifestación de ‘cariño’ hacia todo lo que significó el Imperio español para la Historia universal debe concluir de forma inmediata, porque como afirma algún que otro hispanista francés, británico ¿y vanuatuense?, el tema no da para más y tal empecinamiento sólo provoca sonrojo entre las élites europeas, tan dadas a colorear su rostro por los pecados ajenos, rebosantes ellos (las culpas ajenas) de todo el mal conocido del uno al otro confín. Mas, ¡vaya por Dios!, sucede que un grupo de historiadores persiste en su empeño por dar a conocer la tal Leyenda negra.

   Supongo, dado que a mí no me llama hispanista alguno para sacarme de mi gusto por conocer el ayer de mi Nación, el hecho de que tales seres de luz insistan en su objetivo de  continuar propagando el por qué de esas infamias contra la historia, resulta lo más próximo a esa incomodidad que ocasionan las hemorroides. Es el signo de que las cosas se están haciendo muy bien.

Hollywood contra España (Espasa, 2022) de Esteban Vicente Boisseau.

   María Elvira Roca Barea, Marcelo Gullo Omodeo y el autor que protagoniza esta pieza, se han convertido en una suerte de punta de lanza (pensé en escribir: «Han puesto su pica en el particular Flandes de las mentiras».), con la honesta intención de hacer llegar, desmenuzar en la medida de lo posible, todos los aspectos que durante siglos han intentado socavar cualquier atisbo de dignidad a la gesta española. Sé que uno de los principales obstáculos para remover tamaña losa, que no es otra que la asunción de la tergiversación por parte de muchos españoles e hispanoamericanos, goza de una excelente salud y aquí, entiendo, se está frente a una singular paradoja. Resulta que tanto esos españoles como los habitantes de las naciones americanas muestran su rechazo a la historia común porque se han empeñado en no conocerla instalados en la comodidad de una sarta de patrañas que han pasado de generación a generación emulando el orgullo de cierta mortadela.

   Que Hollywood… es un gran trabajo de investigación y recopilación de datos es un hecho innegable que debe ser destacado desde el primer momento. Vicente Boisseau ha hecho un repaso (diría que épico) a la producción cinematográfica y televisiva anglosajona donde se puede comprobar como, y en contra de lo que manifiestan esos hispanistas a los que se nota algo nerviosos, la Leyenda negra continúa gozando de una salud a prueba de quejas con la boca chica -en el mejor de los casos-. Pienso, y pido disculpas por tal atrevimiento, que la llamada de atención de tales hispanistas (¿Dónde carajo están los germanistas británicos y los alemanes anglófilos?) con el fin de pasar la página negro legendaria, está íntimamente ligada al hecho de que las tornas se están volviendo, lenta pero inexorablemente. Mientras tanto, Joseph Pérez se refugia en Los Inválidos y Henry Kamen se consuela con el «casi ganamos», tras la paliza recibida en Cartagena de Indias. Bah, pelillos a la mar.

jueves, 21 de julio de 2022

Librerías, la nueva Numancia

 

Se han inaugurado dos librerías. Estamos de enhorabuena.

   En unos pocos meses, el distrito Puerto-Canteras en Las Palmas de Gran Canaria ha pasado de ser un páramo en cuanto a esta oferta cultural ha situarse a la vanguardia de la misma, más, teniendo en cuenta que hablamos de la novena ciudad española, que como otras, fue quedando huérfana de este tipo de establecimientos y sólo unas pocas librerías han resistido los múltiples embates que con diversos nombres emularon las hazañas de un Atila de saldo.

Debemos agradecer la valentía de unos empresarios que se han establecido a este lado del Atlántico para ofrecer más alternativas a todos aquellos que amamos la literatura y que además ejercemos el oficio de escritor. Tener al alcance de un paseo varios locales donde poder adquirir el texto buscado es una de esas experiencias tan gratas que no existe razón alguna para no aplaudir.

   Pero estando de enhorabuena, no es menos cierto que la importancia de estas infraestructuras se hace necesaria como el respirar, es más importante que en tiempos pasados, observando cómo intenta erigirse en faro de la verdad la ola de puritanismo y censura a cargo de una tropa de inquisidores que portan estandartes en los que exigen libertad y respeto siempre y cuando tal demanda concuerde con sus postulados. Y es que resulta la mar de sangriento asistir a esos aquelarres en cuya escenificación los pecadores son aquellos que no atienden los postulados de estos nuevos ‘libertadores’ y de los que se exige una adhesión inquebrantable o de lo contrario serán pasto de las llamas purificadoras que este antiguo régimen (siempre el mismo pero con aires ‘renovados’) proclama el advenimiento de una nueva era.

   No obstante, y a pesar de la tristeza que supone, la desolación es aún mayor cuando se conoce a los acólitos, muchos de ellos hasta ayer puntas de lanza del respeto por las ideas ajenas y hoy voceros de esta barbarie que bajo nombres tan sutiles como cultura de la cancelación, inclusividad, corrección política o memoria histórica, suben a púlpitos desde los que ensalzan esta nueva época de sombras. Eso sí, en algunos casos, he sido testigo de los esfuerzos que hacen porque no se les note que todo es puro teatro; he visto cómo sudan cada una de las palabras que lanzan al viento por miedo a que el subconsciente les juegue una mala pasada, he visto su cara mostrando un rictus incompatible con el mensaje, casi emulando al Winston Smith orwelliano, mas de ellos es la responsabilidad de sus actos. Que no mendiguen empatía tras la puerta o en el silencio de la noche.

   Efectivamente, ahora los palmenses, grancanarios y visitantes, podemos disfrutar de dos nuevas librerías en el Puerto que visto el panorama, se han convertido en una suerte de Numancia desde la que resistir el intento por borrar, anular, quemar... todo aquello que los nuevos oráculos entienden que no casa con sus postulados. Son esas librerías otros tantos océanos en los que poder navegar y nadar mientras la nueva fe opta por chapotear en infectos charcos.


martes, 5 de julio de 2022

Conífera trinidad

   A pesar de su empeño en demostrar que no es un detective y sí alguien que rebusca «en los papeles viejos», añadiendo, por si quedara alguna duda, que él no es más «que un lector atrapado en el tiempo...», lo cierto es que Teo Álvarez del Pino no tiene pinta de investigador privado. Dicho lo cual, surge una pregunta: ¿Cómo es un tipo de ese estilo en estos tiempos tan delicados, sutiles y rebosantes de doctores en burricie? Reconozco que tal verdad no me ha sido revelada.

Las joyas de Pino (Canopus Editores, 2022) Rubén Naranjo Rodríguez.

   Por esos caprichos del destino, esta novela cayó en mis manos tras finalizar la presentación en la Villa de Teror (Gran Canaria) de uno de mis últimos trabajos literarios, cuya trama principal tiene que ver con el asunto impreso en las páginas de la tercera novela del escritor grancanario. ¿Y qué trama es?, se preguntará usted, pues sepa que las páginas de este libro plantean una hipótesis en torno al robo de las joyas de la Virgen del Pino, acontecimiento acaecido el 17 de enero de 1975. Una conjetura expuesta desde la libertad y -amén de originalidad- que ofrece la ficción. 

   Con ese estilo narrativo que llamó mi atención, tal y como señalo en la reseña que titulé El ferroviario, Teo se ve envuelto en una trepidante investigación -entiéndase el contexto- que hará las delicias del lector más exigente. Y no digo más… ¡Es broma!

   Que por las páginas se paseen doña Pino, Pino, la Virgen del Pino y Teo Álvarez del Pino (junto con su Amor), debe alertar de que si algo está por saberse, tal acceso a los arcanos de cómo pudo gestarse el robo aquella noche huérfana en la Villa mariana de la extinta compañía de Unelco, dejará sin aliento al más intrépido de los leedores.

   Por cierto, en un determinado instante, en Las joyas… nos sumergimos en una novela dentro de otra, con una transición (olvide por un momento 1978) sin sobresaltos. Hay aquí como en Aromas de crimen, descripciones para el recuerdo de quienes peinamos canas, tomamos infusiones en determinadas cafeterías universitarias, cantamos ¿ay… qué Le pasa ar nota?, prometimos fidelidades a conceptos y hasta nos fuimos de romería sin hacer ascos ni a la iconografía, sus cantos, miradas y cantinas a medio cerrar. Lea.

lunes, 16 de mayo de 2022

Sofonisba y el balcón

Cuando alguien navegue entre las aguas del desasosiego literario y pregunte qué libro debe leer para reencontrarse con los textos, sin lugar a dudas recomendaré Ficción perpetua, una recopilación de reflexiones, un ensayo en toda regla sobre el hecho impreso en páginas, obra del escritor cuyo reciente trabajo ocupa este espacio.

La novela posible (Alfaguara, 2022) José María Merino.

El autor de Novela de Andrés Choz (1976) se convierte en uno de los protagonistas de esta nueva propuesta literaria usando para ello lo que se denomina autoficción en un texto al que le acompañan los pesares de una bibliotecaria atormentada por su relación sentimental con un ególatra y el descubrimiento maravilloso, al menos en mi caso, de Sofonisba Anguissola, una pintora que estuvo vinculada a la corte de Felipe II. De tal forma, esta obra se divide en tres partes, una de las cuales, como he apuntado, narra los miedos, angustias y críticas expresadas por José María Merino durante el encierro al que fuimos sometidos todos los españoles en los primeros meses de 2020 (declarado inconstitucional mucho tiempo después).

Pero si hay algo que realmente ha llamado mi atención durante la lectura, eso no ha sido otra cosa que el apartado dedicado a la pintora italiana, que gracias al empeño de su padre, claro está, y a las grandes cualidades de la mencionada, la convirtió en una de las artistas «más notables de la historia del Arte de la segunda mitad del siglo XVI», según reza en el texto de celebración del Bicentenario del Museo del Prado, a pesar de los impedimentos frutos de la época que le tocó vivir y que hacían imposible que los cuadros pintados por una mujer pudieran venderse, aunque sí regalarse.

Como digo, esa es la parte más interesante de la novela del académico español donde recuerda que la autoría de «casi todos los cuadros que pintó sería olvidada (…) y se atribuiría a Sánchez Coello, a Pantoja de la Cruz» o al mismísimo Greco. No puedo decir lo mismo del placer por la lectura cuando toca conocer sus reflexiones en torno a eso que los gobiernos dieron en llamar pandemia, donde esparce su postura ideológica en defensa del Gobierno actual. En tal sentido, Merino critica el «repique hojalatero» que pretendía recordar que los aplausos balconeros tapaban otras vergüenzas, además el también Premio Nacional de las Letras Españolas 2021 menciona que esos que dan por aporrear cacerolas «Son pocos, y en todas sus terracitas luce la bandera nacional». Entiendo que pueda opinar lo que le plazca (obviedad), pero creo que tales píldoras empobrecen el resultado de su novela.

Concluyo con un recordatorio galdosiano, que sirve como justo bálsamo tras el patético intento de Vargas Llosa, y donde Merino vuelve a declarar su admiración por Don Benito Pérez Galdós, «para mí uno de los más grandes novelistas del siglo XIX, no inferior a Balzac, Victor Hugo, Flaubert, Dickens, Tólstoi, Dostoievsky…» y critica el desprecio del que el genio de los Episodios Nacionales fue pasto por parte de Valle-Inclán o esos otros con una postura «antigaldosiana» como Juan Benet o Francisco Umbral.

En definitiva, José María Merino nos acerca con su estilo la figura de Sofonisba y deja las ganas de saber más sobre la gran artista. Quizá esté pendiente leer esa novela posible.


jueves, 12 de mayo de 2022

Miralles por Delicado

   Dicen que es la novela portadora de una perspectiva feminista y femenina, que rompe moldes… Afirman expertos en el tema, que las páginas resultan un dechado de eficiencia en estos que los mismos expertos en el mismo tema no terminan de aclarar: Novela policíaca o novela negra, (en todo caso hay algo de novela procedimental, pero en grado ínfimo). Y no, el matiz no es baladí, mas no haré de tal asunto una cuestión de principios: ¡Dios me libre!

La presidenta (Alfaguara, 2022). Alicia Giménez Bartlett.

Una mujer que antaño tuvo mucho poder aparece muerta en la habitación de un hotel lujoso. Tras cundir el pánico entre las fuerzas oscuras que habitan esos palacios desde donde se dictan las normas, los dioses del Olimpo policial toman las riendas y ordenan cosas para evitar que el asunto salpique a esas otras mentes pensantes que se elevan sobre todos nosotros… para bien de ellos. 

Por un momento, casi tuve la tentación de gritar ¡Rita Barberá!, pero siguiendo la advertencia de que cualquier parecido no se corresponde…, recuperé la senda del sentido común y me preocupé por una tal Vita Castellá, que como usted puede comprobar apenas tiene semejanzas fonéticas con el personaje real. 

Y aparece Valencia, la corrupción y el partido todopoderoso. También hacen acto de presencia dos personajes que se estrenan en esto de la ficción policial —las Miralles—, porque a pesar de la insistencia de que esta novela es hija del género negro, nada hay de cierto en ello, dejando bien claro que una parte de la crítica literaria permanece anclada en una confusión de la que yo no me veo con fuerzas para liberarla.

   Como sea que Petra Delicado se ha tomado un descanso o pudiera estar en proceso de jubilación, todo dependerá de la acogida que tenga esta obra, no me queda otra que referirme a esas incorporaciones fruto de la imaginación de Giménez Bartlett y que desde mi punto de vista no aportan nada nuevo al panorama general de ese género que tanto lío genera (!) entre los famosos expertos. Es cierto, todo hay que decirlo, que la trama está correctamente diseñada para ser bien recibida por aquellos que únicamente tienen ojos para detectar el mal entre una parte del espectro ideológico nacional mientras la pandemia de deterioro cognitivo hace estragos para todo lo demás que pudiera estar relacionado con otros asuntos del mismo o superior calibre que la historia de La presidenta. Es probable que alguien pueda mostrar su disgusto ante lo dicho, pues sepa que si algo está marcando el camino de la novela negra o la policíaca española no es otro que el sesgo ideológico, de forma que otros temas, cientos o miles, están esperando que autores de calidad o mediopensionistas, que haberlos haylos, pudieran aparcar (santa ingenuidad la mía) su pertinaz sequía para acceder a otros palacios —por ejemplo, Andalucía, Vascongadas, Castilla La Mancha, Asturias— y ventilar sus vergüenzas. No obstante, y visto que la vida es breve, aprovecho la ocasión para recordar algunas cosillas del texto:

«En España la gente es bastante intolerante…». «No se trata de una derecha europea y civilizada, son lo peor de lo peor: juerga con putas, borracheras, comilonas, tirar el dinero que no es suyo por la ventana». ¿A que resulta la mar de divertido?

Esas nuevas estrellas que pudieran ser las hermanas Miralles, inspectoras del Cuerpo Nacional de Policía, investigan contra viento y marea, comen cuando pueden (el asunto gastronómico), se enfadan entre ellas; visitan a los padres, respiran los aromas de la primavera en la capital del Turia. Una llora por su amargo pasado amoroso, la otra, salta porque la vida hay que disfrutarla. Investigan hasta que todo acaba. 

Y cuando el final está al caer, llegarán a preguntarse por el significado de la palabra «martingala», reconociendo que no tienen ni idea, y ahí es posible que estemos ante una declaración fundacional de los nuevos tiempos que recorren el asunto negrocriminal.