martes, 5 de julio de 2022

Conífera trinidad

   A pesar de su empeño en demostrar que no es un detective y sí alguien que rebusca «en los papeles viejos», añadiendo, por si quedara alguna duda, que él no es más «que un lector atrapado en el tiempo...», lo cierto es que Teo Álvarez del Pino no tiene pinta de investigador privado. Dicho lo cual, surge una pregunta: ¿Cómo es un tipo de ese estilo en estos tiempos tan delicados, sutiles y rebosantes de doctores en burricie? Reconozco que tal verdad no me ha sido revelada.

Las joyas de Pino (Canopus Editores, 2022) Rubén Naranjo Rodríguez.

   Por esos caprichos del destino, esta novela cayó en mis manos tras finalizar la presentación en la Villa de Teror (Gran Canaria) de uno de mis últimos trabajos literarios, cuya trama principal tiene que ver con el asunto impreso en las páginas de la tercera novela del escritor grancanario. ¿Y qué trama es?, se preguntará usted, pues sepa que las páginas de este libro plantean una hipótesis en torno al robo de las joyas de la Virgen del Pino, acontecimiento acaecido el 17 de enero de 1975. Una conjetura expuesta desde la libertad y -amén de originalidad- que ofrece la ficción. 

   Con ese estilo narrativo que llamó mi atención, tal y como señalo en la reseña que titulé El ferroviario, Teo se ve envuelto en una trepidante investigación -entiéndase el contexto- que hará las delicias del lector más exigente. Y no digo más… ¡Es broma!

   Que por las páginas se paseen doña Pino, Pino, la Virgen del Pino y Teo Álvarez del Pino (junto con su Amor), debe alertar de que si algo está por saberse, tal acceso a los arcanos de cómo pudo gestarse el robo aquella noche huérfana en la Villa mariana de la extinta compañía de Unelco, dejará sin aliento al más intrépido de los leedores.

   Por cierto, en un determinado instante, en Las joyas… nos sumergimos en una novela dentro de otra, con una transición (olvide por un momento 1978) sin sobresaltos. Hay aquí como en Aromas de crimen, descripciones para el recuerdo de quienes peinamos canas, tomamos infusiones en determinadas cafeterías universitarias, cantamos ¿ay… qué Le pasa ar nota?, prometimos fidelidades a conceptos y hasta nos fuimos de romería sin hacer ascos ni a la iconografía, sus cantos, miradas y cantinas a medio cerrar. Lea.

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