Dos disparos certeros
provenientes de un 38 Especial de cuatro pulgadas dieron al traste con
su vida. Una existencia que estuvo plagada de claroscuros, tantos como los que
poblaban la habitación que hizo las veces de morgue.
Carlos Sánchez no poseía
cualidades dignas de tal nombre, salvo que se entendiera por tales, su
desmedido apego al bourbon y la querencia hacia los asesinatos, pero sólo en su
fase de investigación, a pesar de cierto runrún en sentido contrario: Más de
cuarenta en apenas tres años de ejercicio como subinspector de Homicidios con
un resultado positivo en apenas veinte casos. Interpol dixit o no dixit
Pero el que sería su último
trabajo atrapó a Carlos desde el primer instante tras recibir la llamada
telefónica del oficial de guardia.
-Un
fiambre para el caballero. Muchos trozos para que el señor se tome el tiempo
que le apetezca.
La escena del crimen no podía
tener peor pinta: Una mujer a la que habían amputado el pie izquierdo y todos
los dedos de la mano derecha. Junto a su mano izquierda, una nota con un
escueto: ¿Por qué, amor?
Las pesquisas iniciales le
condujeron a El Séneca, un bar cuyo
único viso de legalidad estaba asociado al suministro eléctrico y si bien el resultado
de su visita se limitó a las insinuaciones de un señor de moral disoluta y un
par de tragos, el impertinente
caballero dejó caer una sentencia:
Le pierden los excesos.
De regreso a la comisaría, Carlos
no pudo apartar de su mente la imagen de Elena en medio del charco de sangre,
como tampoco logró borrar la sonrisa despreciable del forense a quien estos
asesinatos aburrían. Gajes del oficio,
se repetía.
Pasaban cinco minutos de las dos
de la mañana cuando se despertó empapado en un sudor frío. Y no, esta vez el
malestar no estaba relacionado con los excesos etílicos. El madero creyó haber encontrado una pista
fiable que resolviera ese crimen.
Sin pensarlo demasiado se puso en
marcha dirigiendo sus pasos, otra vez, al tugurio en el que encontró al tipo
con el que, horas antes, había intercambiado unas palabras. Y de todas ellas,
únicamente le pierden… había
suscitado su interés.
-Vaya, el
subinspector por aquí ¿Le ha gustado el ambiente minimalista?
Sánchez contuvo la sonrisa pero no
así su gancho de derecha con el que sentó en la mesa al chistoso, que sin
tiempo para reaccionar, se ofreció a responder las preguntas mientras que con
una servilleta enjugaba unas tímidas lágrimas.
-Mira
chaval seré muy sincero: Me das las respuestas que busco o di adiós a esta
plácida existencia.
Bastaron cinco minutos para que
el poli viera satisfecha su curiosidad. Un tiempo que en el mejor de los casos
podría transformarse en ese epílogo que todos portamos y al que se le adeuda el
párrafo final.
Tras montar en el viejo Pontiac Firebird del 67 aceleró hasta un
almacén junto al río. Allí vio una luz encendida hacia la que se dirigió.
Lentamente, el agente se internó en el edificio sin atisbar que era una trampa.
Las luces se apagaron y Carlos
sintió una punzada aguda que le hizo doblar las rodillas. Al despertar vio la
macilenta cara de un tipo que cargaba el tambor de un revólver. En la lejanía, My baby just cares for me, aderezaba los minutos sin que Carlos
pudiera contener una leve sonrisa.
-Eres un
verdadero hijo de puta con cierto gusto musical. Los cabrones de tu estilo casi
siempre tan… Despéjame una duda ¿Por qué la asesinaste?
Es evidente que no fue la mejor actuación de su vida pero no es menos
cierto que por piedad o lo que fuera, el cabrón tuvo a bien responder:
-Jamás he
soportado que nadie, ni siquiera mi madre, me llevase la contraria en ningún
aspecto de mi existencia. De esta puta vida ¿Lo puedes entender? Pues Elena no
lo comprendió y aún menos cuando le di el primer golpe y a pesar de su cara de
incredulidad me preguntaba: ¿Por qué, amor?
Las detonaciones del viejo
revólver del calibre 38 Especial de
cuatro pulgadas fueron tan certeras como descorazonadora es la propia
existencia.