viernes, 16 de febrero de 2024

𝗖ú𝗺𝘂𝗹𝗼𝘀 𝗱𝗲 𝗲𝘀𝗽𝘂𝗺𝗮

 









  

   Hace tiempo intercambié unos puntos de vista con un crítico literario a la par que buen escritor, en torno a las novelas negra y policíaca a raíz de la siguiente afirmación: «Las novelas de detectives proliferan, al tiempo las novelas de calidad no llegan al público lector». Será por algún tipo de sensibilidad, será porque él no tiene un exceso de querencia por el género o tal vez fruto de mi sorda lucha por diferenciar lo negro de todos aquellos textos que se centran en los portadores de placa, pistola y botella de whisky y terminan liando, tanto a lectores poco iniciados (o no tanto) como a escritores veteranos (unos cuantos), que consideré oportuno matizar. Apunté un par de ejemplos españoles (indiscutibles) de novela negra, refiriéndome a Francisco García Pavón y su inolvidable Plinio y a Julián Ibáñez, Bellón mediante, mientras que en la lista de autores que van dejando huella incluí a quien protagoniza estas líneas.

En su reflexión, el crítico afirmaba que la calidad literaria viene «si es que existe, cuando el autor posee un estilo literario capaz de expresar las realidades anímicas o intelectuales profundas del ser humano». Coincido con su análisis pero en el negociado de las características humanas hay muchas cavernas, tantas como ‘espeleólogos’ en su búsqueda.

La última noche con Edu (M.A.R. Editor, 2024) Enrique Pérez Balsa.

   Es la tercera novela del escritor madrileño. Es otro retrato del ecosistema miserable que nos ha tocado en suerte vivir, pero sobre todo soportar, hasta que las fuerzas se despidan y dejen vidas y haciendas flotando en un charco de mierda. En este caso, el narrador y protagonista sin rival no es otro que Ramos -un hijo de puta- cuya actividad profesional se desarrolla en eso que llaman periodismo del corazón porque bautizarlo como redactor de sentinas sería un insulto al músculo cardíaco. ‘Pepe depósito’ es arte y parte en unas historias, porque la existencia nada tiene que ver con un encefalograma plano, que aúnan la amistad etílica y una poco disimulada oda a la cerveza, la añoranza por el amor, la maldita soledad a la que estamos abonados desde el principio y una suerte de lucha ante la barbarie, porque habría que ser un gran hijo de puta para no sentir el correr de la sangre por las venas… y el tabique nasal, brazo y mano.

   Confiesa Ramos en una aparente pausa, que quiso ser escritor y durante un tiempo vivió el espejismo asociado, devorando a los clásicos y «empapándome de esas grandes historias», hasta el punto de valerse de la pluma para «expresar algo más que frases insidiosas arropadas por adjetivos rimbombantes para llenar la galerada». Porque si hay una característica que destaca en este personaje salido de la ironía, mala leche y un fino sentido del humor de Enrique Pérez Balsa, quien encomienda su alma a Chester Himes, no es otra que su lenguaje pomposo, no sólo cuando ejerce de narrador, sino también cuando le toca los bemoles al que tiene al lado sin reparar en gastos, esto es, en las tundas que recibe de gentes con un grave problema de comprensión (la lectora, también). De ahí que alguien le reproche su lluvia de «sinónimos rebuscados».

   Hay más, pero hasta aquí llego, porque es usted a quien corresponde la lectura de esta novela, mas no me resisto a dejar constancia de una reflexión de Ramos que muestra quién es: «El hígado es la víscera que tengo más voluminosa, si buscaba el corazón, me temo que lo perdí hace años».