Cada
año se celebra un número indeterminado de reuniones en las que,
según afirman sus organizadores con rictus alegre y cartelería de
vivos colores, discutir sobre la vitalidad de la literatura es el fin
último que hace de esos conciliábulos el epicentro del todo
libresco.
Afirman
sin miedo escénico conocido, que el evento cuyo respaldo oficial
-dinero del contribuyente como sempiterna columna vertebral-, supone
una bocanada de aire fresco en el panorama cultural de la urbe
agraciada y por tanto, gracias a ello el colectivo y por extensión
toda, pero toda la sociedad civil (los estamentos eclesiásticos y
militar van a su aire), se beneficia de lo que durante las ‘intensas’
jornadas de charlas, debates, presentaciones y encuentros a la sombra
de un abeto, se hable (discutir, cuestionar o poner en duda el statu
quo, está mal visto) de lo guapo que somos porque sí. Puede
deducirse sin temor alguno que el hedonismo, (tal vez hasta un remedo
de onanismo), conforma una suerte de clave de bóveda de esta ruina
de edificios ‘culturales’.
Tiempos
horrendos
Llega
el momento de la temida conjugación...
Pero
como lo dicho hasta ahora resulta una exposición árida y corro el
peligro de que algún lector pueda sentirse ofendidito, tanto, que se
vería en la necesidad de justificar la censura -cancelación según
la moda-, paso a describir el significado del título cuyo
protagonismo comparten los escritores y organizadores.
En
primer lugar me referiré al sufrido creador, que tras finalizar su
obra y que la misma haya encontrado el reconocimiento editorial, se
ve inmerso en la ardua tarea de promocionar su criatura. En este caso
se comprende que el susodicho se extienda hasta la extenuación
alabando el texto propio, exaltando los ajenos (sembrar empatía
entre el gremio) rece y guiñe ambos ojos ante los expertos de
reconocido escepticismo. ¿Y cómo logra el autor que los
organizadores se fijen en él? Pues es muy sencillo. Los festivales
literarios cuentan con un nutrido grupo de sabuesos cuya única
misión consiste en no dejar un lomo sin mirar, una librería sin
asediar y editoriales sin visitar, y si tal estrategia no funciona
porque el tiempo pasa y no recibe una llamada de teléfono ni para
ofrecerle la última cosecha de Ribera de Duero, no queda más
remedio que activar la fase de ruegos, súplicas y el archiconocido:
¡Por favor, por favor!, que he publicado un novelón… ¡Invítame
a tu festival! Y en esa frenética estrategia va dejando el trasero
expuesto a las inclemencias habituales, casi siempre con la sospecha
que el compadreo es el rey. Teniendo en cuenta que los eventos (no
importa el presupuesto) disponen de una nutrida nómina de
escritores, éstos -tras asegurar
que lo suyo no pase desapercibido- dedican horas, días,
semanas, meses y años bisiestos, leyendo todo lo que cae en sus
manos. Y claro, como todo resulta demasiado, comienzan a cribar muy a
su pesar: «Esta sí, esta tal vez; de esta mejor ni hablar. ¡Anda!,
pero qué maravilla de texto, contexto y…». Y la lista de
invitados va tomando forma.
Ahora
corresponde el turno a las cabezas pensantes.
En
cuanto al diseño ‘arquitectónico’, el mismo se apuntala
mientras saborean las mieles de la edición precedente, aumenta la
intensidad a unos meses vista del siguiente y alcanza la velocidad de
crucero antes de que pudiera suceder un evento adverso, generando
estados de ansiedad poco recomendables para espíritus mansos. En
definitiva, hecho realidad el repaso de ‘chapa y pintura’, lanzan
al orbe que el engranaje del que tan orgullosos se sienten tiene como
misión postrarse al servicio de un único objetivo: La literatura.
Eso sí, sus nalgas sufren unas tensiones que únicamente alivia la
confirmación de que los cuartos del contribuyente (vía impuestos)
llegan a tiempo, porque jamás se debe olvidar el tortuoso camino que
recorre el dinero hasta que desembarca donde debe. Oiga, ¿La empresa
privada suelta euros aunque sea en especie?, se pregunta alguien. En
algunas ocasiones, sí, en otras, no tanto, luego está el no y
finalmente un crudo ¡Ni loco! Claro, dirá otro alguien, poco se
puede esperar de los representantes del Capitalismo (qué tiempos tan
horrendos vivimos) cuyo único interés es obtener beneficios (y creo
que también crean empleo y nutren con sus impuestos al sector
público, añado temerariamente) y entienden que la cultura sólo es
el fútbol y lo que sea. Como puede ver, doy cabida a todas las
sensibilidades o como antiguamente era conocido: Promuevo la libertad
de expresión.
La
eclosión
Me
tomo un instante para recapitular y conjurar el riesgo de asumir
postulados que, líbreme Dios, nunca han sido plato de gusto para un
servidor que, siendo también un escritor de reconocido prestigio
amén de ser aplaudido por mi labor como humilde crítico literario,
sustenta su pasión literaria sobre el respeto al otro a pesar de que
él -el otro desconocido
[homenaje a la Segunda Guerra Mundial]- haya demostrado siempre que
puede, que
él sólo empatiza con los suyos y que los otros son unas gentes que
generan desconfianza cultural, política, climática y hasta
sentimental. Coño, creo que me explico manteniendo el necesario
equilibrio y una sutil equidistancia. Continúo.
De
modo que si todo lo anterior se desarrolla como es debido y
cada uno cumple con su cometido,
cabe esperar al
acto de inauguración y la paulatina llegada de los invitados que
desde unos días antes habrán sembrado sus perfiles en la redes
sociales de agradecimientos por lo generoso que han sido en contar
con su presencia: Foto, etiqueta, foto, etiqueta. Foto en el
aeropuerto o estación de
ferrocarril, etiqueta.
Treinta me
gusta, catorce retuiteos y otra foto. Todo es luz y color. Encuentros
en el hotel, bar, restaurante. Fotos en la calle, avenida, travesía
o vía pecuaria. Mesa redonda. Abrazos entre viejos conocidos. Libros
en posición vertical para que se vea que aquí se viene a lo que se
viene: Literatura. Compromiso social. El
maestro de ceremonias, luces, acción y
la deseada eclosión. Alcanzada
la simbiosis entre el organizador y el autor. ¿Falta alguien más?
¿Hablamos de la
asistencia de público?
Creo
que esa pregunta tiene una respuesta pero no sé si es la que usted
piensa cuando observa
cientos de fotografías con unos encuadres tan cerrados que no entra
ni la botella de agua,
desconozco si es
la que desearía la organización, o
es aquella que añora el
autor (un asunto que importa un pimiento a consagrados,
con o sin seudónimo)
o esa otra que espera ver reflejada en el postrero dossier la
autoridad competente y paganini cuyas
ocupaciones son tantas, que con una rueda de prensa y varias
menciones en Internet
y televisión, saliva adecuadamente. No
obstante, la participación ciudadana es importante pero tal vez
escasamente contingente (!).
―¿Cuál
ha sido la respuesta social?
―El
reencuentro con fulano y mengano ha sido inolvidable.
―Claro,
sí, pero ¿ha ido gente, has vendido y firmado hasta en la escayola?
―…
―¿Hola,
sigues ahí?
No
obstante, y a pesar de todo lo expuesto, no encontrará aquí prueba
alguna sobre la que sustentar sospecha alguna de ambición desmedida,
ego fuera de control u orfandad festivalera, porque comprendo que los
gustos son como aquellos jardines ingleses tan elogiados, y por
tanto, quien paga elige. De acuerdo, el ejemplo no es el mejor pero
no tenía otro. Naturalmente, me aterra comprobar la lejana (por no
decir otra cosa) querencia que siente el autor olvidado...
―Hombre,
si no le gusta como está, organice un festival a su gusto.
―...
Comencé
recordando que cada año la geografía española es testigo de un
renacer literario, curiosamente, en una nación donde se publican más
libros que lectores tiene -afirman
expertos, todólogos renacentistas, feriantes y críticos de
reconocido prestigio como de dudosa apariencia-. Dicen los que saben
(porque hay más gente que sabe), no sé qué en torno a reflexionar
sobre, desde, de y según, que un
exceso es siempre algo más de lo deseable, casi como la preocupación
expresada
por un nutricionista ante el
comportamiento desesperado
de un cliente díscolo.
―Edelmiro,
no me joda. Otra
vez dándole a la panceta sin meditar.
Conclusiones
con
interrogante
a ambos lados
Sin
bala en la recámara del arma poética pero orgulloso de aportar mi
grano de arena en este desierto del discurso hegemónico. Sin
intención alguna de poner en duda la buena voluntad de todos
aquellos que transitan este universo de sintaxis, onomatopeyas y
puntos suspensivos. Enamorado hasta las trancas de la página en
blanco y los accesos febriles, no me queda más remedio que
dar por finalizada esta pieza musical con una expresión facial de
hondo calado sentimental y varias preguntas que atormentan (capítulo
12 de mi próxima novela distópica) mi
espíritu y que pido sean debidamente consideradas por si hubiera la
oportunidad de asistir a un congreso o jornada literaria donde
pudiera intercambiar puntos de vista, tanto con esos lindos colegas
como con el público que jamás pierde una ocasión
de gozar
entre
páginas que destilan cariño y compasión.
Leer
atentamente
¿Por
qué ese desprecio en no ahondar en otros discursos literarios
arrinconados, o cuando no directamente ignorados, porque no encajan
en los parámetros del engendro de lo políticamente correcto?
¿Qué
sentido tiene, qué riqueza supone reunir a quienes coinciden hasta
en las comas cuando hablan de cualquier asunto, cerrando así la
posibilidad de que se conozcan discursos ajenos al grupo? ¿Si el
presupuesto sale de todos los bolsillos, por qué no participan voces
discordantes?
¿De
qué sirve el género histórico, el epistolar, la ficción
científica, la novela negra o el canto gregoriano, si hay una
resistencia, unas orejeras ideológicas que perpetúan el discurso
hegemónico?
Y
sobre todo, ¿Por qué se acaba la batería del portátil?