viernes, 16 de febrero de 2024

𝗖ú𝗺𝘂𝗹𝗼𝘀 𝗱𝗲 𝗲𝘀𝗽𝘂𝗺𝗮

 









  

   Hace tiempo intercambié unos puntos de vista con un crítico literario a la par que buen escritor, en torno a las novelas negra y policíaca a raíz de la siguiente afirmación: «Las novelas de detectives proliferan, al tiempo las novelas de calidad no llegan al público lector». Será por algún tipo de sensibilidad, será porque él no tiene un exceso de querencia por el género o tal vez fruto de mi sorda lucha por diferenciar lo negro de todos aquellos textos que se centran en los portadores de placa, pistola y botella de whisky y terminan liando, tanto a lectores poco iniciados (o no tanto) como a escritores veteranos (unos cuantos), que consideré oportuno matizar. Apunté un par de ejemplos españoles (indiscutibles) de novela negra, refiriéndome a Francisco García Pavón y su inolvidable Plinio y a Julián Ibáñez, Bellón mediante, mientras que en la lista de autores que van dejando huella incluí a quien protagoniza estas líneas.

En su reflexión, el crítico afirmaba que la calidad literaria viene «si es que existe, cuando el autor posee un estilo literario capaz de expresar las realidades anímicas o intelectuales profundas del ser humano». Coincido con su análisis pero en el negociado de las características humanas hay muchas cavernas, tantas como ‘espeleólogos’ en su búsqueda.

La última noche con Edu (M.A.R. Editor, 2024) Enrique Pérez Balsa.

   Es la tercera novela del escritor madrileño. Es otro retrato del ecosistema miserable que nos ha tocado en suerte vivir, pero sobre todo soportar, hasta que las fuerzas se despidan y dejen vidas y haciendas flotando en un charco de mierda. En este caso, el narrador y protagonista sin rival no es otro que Ramos -un hijo de puta- cuya actividad profesional se desarrolla en eso que llaman periodismo del corazón porque bautizarlo como redactor de sentinas sería un insulto al músculo cardíaco. ‘Pepe depósito’ es arte y parte en unas historias, porque la existencia nada tiene que ver con un encefalograma plano, que aúnan la amistad etílica y una poco disimulada oda a la cerveza, la añoranza por el amor, la maldita soledad a la que estamos abonados desde el principio y una suerte de lucha ante la barbarie, porque habría que ser un gran hijo de puta para no sentir el correr de la sangre por las venas… y el tabique nasal, brazo y mano.

   Confiesa Ramos en una aparente pausa, que quiso ser escritor y durante un tiempo vivió el espejismo asociado, devorando a los clásicos y «empapándome de esas grandes historias», hasta el punto de valerse de la pluma para «expresar algo más que frases insidiosas arropadas por adjetivos rimbombantes para llenar la galerada». Porque si hay una característica que destaca en este personaje salido de la ironía, mala leche y un fino sentido del humor de Enrique Pérez Balsa, quien encomienda su alma a Chester Himes, no es otra que su lenguaje pomposo, no sólo cuando ejerce de narrador, sino también cuando le toca los bemoles al que tiene al lado sin reparar en gastos, esto es, en las tundas que recibe de gentes con un grave problema de comprensión (la lectora, también). De ahí que alguien le reproche su lluvia de «sinónimos rebuscados».

   Hay más, pero hasta aquí llego, porque es usted a quien corresponde la lectura de esta novela, mas no me resisto a dejar constancia de una reflexión de Ramos que muestra quién es: «El hígado es la víscera que tengo más voluminosa, si buscaba el corazón, me temo que lo perdí hace años».


martes, 13 de junio de 2023

𝗟𝗮𝘀 '𝗯𝗿𝘂𝗷𝗮𝘀' 𝗱𝘂𝗲𝗿𝗺𝗲𝗻 𝗲𝗻 𝗽𝗮𝗹𝗮𝗰𝗶𝗼𝘀

 









   Una parte de la historiografía española soporta una suerte de proceso infeccioso cuya prolongación en el tiempo ha pasado de ser una alteración transitoria a transformarse en un sinvivir histórico.

En tal sentido, esos historiadores encantados de conocerse, vienen sosteniendo que España es una anomalía en el contexto de las naciones europeas (respiro profundamente), como si el viejo continente pudiera entenderse sin la cuna de Cervantes o que esta vieja nación no lo es tanto porque surgió en el siglo XVIII, imagino que en un parto sin epidural mientras alguien recitaba unos fragmentos de Annabel Lee y que si España es lo que es, lo es gracias a la opresión de otras ‘naciones’ que han tenido la mala fortuna de estar empadronadas en la Península ibérica. Mas, vayamos al objeto de este texto, que no es otro que reflexionar en torno al uso de la superchería como arma de...

Las brujas y el inquisidor (Espasa, 2023) de Elvira Roca Barea.

control social, que no es otra cosa todo aquello relacionado con los miedos ancestrales de los que nos hemos desprendido a base de lágrimas, sudor y sangre. No obstante, aún permanecen en nuestro subconsciente algunos restos en estado de hibernación esperando la llegada de los estímulos adecuados -desde 2020 estamos ‘disfrutando’ de tal ancestral estrategia-. O tal vez sea imposible porque somos hombres del siglo XXI y lloramos sin temor ni vergüenza. Y tragamos a palo seco.

   Acostumbrado a la Roca Barea del ensayo, esta novela histórica se podría entender como una suerte de guía pedagógica en torno a la superchería y su importancia en la toma de decisiones políticas, en cómo debe actuar el príncipe que desea emprender nuevas campañas para expandir su poder. Pero sobre todo, la ensayista malagueña se embarca en la justa reivindicación de la figura del inquisidor Alonso de Salazar y Frías. Porque lo que subyace en las más de quinientas páginas no es otra cosa que un trabajo de pico y pala que pretende aniquilar la leyenda negra que contamina gran parte de la historiografía española ocasionando, aún, situaciones que hacen sonrojar hasta al más bronceado de aquellos que conservan el pudor. Si no de qué forma nadie en su sano juicio puede ignorar que nuestras antiguas élites conserven el dudoso honor de haber reclamado la invasión de su nación -con cientos de miles de muertos- como vía insoslayable para alcanzar la regeneración. ¿En qué otra nación del Viejo Continente hay constancia de tal bajada de pantalones éticos?

En definitiva, Las brujas… es una buena ocasión para adentrarse en los entresijos de una época convulsa a través de una reflexión experta y documentada sin que por ello la arquitectura ficcional sufra menoscabo alguno.



miércoles, 10 de mayo de 2023

𝗣é𝗿𝗲𝘇 𝗚𝗮𝗹𝗱ó𝘀 𝗻𝗼 𝗻𝗲𝗰𝗲𝘀𝗶𝘁𝗮 𝗲𝘀𝗮 𝗮𝗴𝗲𝗻𝗱𝗮

 







Hoy se cumplen 180 años del nacimiento de Benito Pérez Galdós y me voy a permitir el lujo de reflexionar en torno a un proceso infeccioso que pudre todo lo que toca a pesar de que los promotores de tal ponzoña afirmen, sin rubor alguno, que su intención no es otra que abrir horizontes de igualdad, belleza y amor sin límites.

   

   Instalados en la soberbia de su verdad universal y convencidos de que ignorar sus postulados es signo de reacción, de ese fascismo que últimamente les impide conciliar el sueño húmedo de su hegemonía, no están dejando títere con cabeza. Andan enfrascados en una vorágine en la que incluyen a todo cristo, barnizando la estrategia con palabras tan tiernas como: integración, acogida, respeto, igualdad… Pero ¿Qué sentido tiene la Casa Museo Pérez Galdós?

   Una institución tan importante debe cuidar los fondos documentales, mimar el legado del escritor, difundir la obra y permitir el acceso de investigadores, escritores y de todas aquellas personas que muestren su interés en ahondar en la obra del insigne literato. La Casa está obligada a poner todos los medios para que los aspectos enunciados se lleven a cabo, siempre, dentro de sus posibilidades, pero lo que no puede ni debe hacer es proyectar en el universo galdosiano elementos ajenos al mismo so pretexto de una actualización de la visión del escritor universal. No puede ni debe encajar el discurso literario y vital en el interior de una caja ideológica porque los gestores se identifiquen con ella.

   Evidentemente, la literatura como el resto de expresiones artísticas, no habita en una campana de cristal, puesto que el creador respiraba y sangraba por sus particulares heridas en el periodo histórico que le tocó en suerte, pero eso es una realidad inmutable, anclada en la época por la que transitó y no una grieta en el espacio-tiempo por donde colar idearios extemporáneos.

   Decía, que la actividad literaria no dispone de antivirus que la proteja de supuestas impurezas porque es una obra humana. Ahora bien, mancillar el legado galdosiano, (me subo a un púlpito no sea que me acusen de padecer un déficit democrático) con una ‘agenda’ que nadie ha votado, es un burdo intento de manchar una institución que únicamente debe ser el faro de la obra de Benito Pérez Galdós. Así, y aunque resulte increíble, si quienes gestionan la Casa Museo comulgan con las ruedas de molino del archiconocido rosco de colores, pueden disfrutar de sus encantos en la intimidad de su hogar y no proyectar sus filias -y fobias, si las tuvieran- entre las paredes del caserón de la Calle Cano.

Hoy se cumplen 180 años del nacimiento de Don Benito Pérez Galdós. Celebremos el recuerdo de un escritor universal y de su obra literaria que goza de una salud envidiable, a pesar de los pesares.



jueves, 23 de marzo de 2023

𝗜𝗻𝗳𝗿𝗮𝗲𝘀𝘁𝗿𝘂𝗰𝘁𝘂𝗿𝗮 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝘂𝗻𝗮 𝗹𝗶𝘁𝗲𝗿𝗮𝘁𝘂𝗿𝗮 𝗵𝗲𝗱𝗼𝗻𝗶𝘀𝘁𝗮

 








   Cada año se celebra un número indeterminado de reuniones en las que, según afirman sus organizadores con rictus alegre y cartelería de vivos colores, discutir sobre la vitalidad de la literatura es el fin último que hace de esos conciliábulos el epicentro del todo libresco.

Afirman sin miedo escénico conocido, que el evento cuyo respaldo oficial -dinero del contribuyente como sempiterna columna vertebral-, supone una bocanada de aire fresco en el panorama cultural de la urbe agraciada y por tanto, gracias a ello el colectivo y por extensión toda, pero toda la sociedad civil (los estamentos eclesiásticos y militar van a su aire), se beneficia de lo que durante las ‘intensas’ jornadas de charlas, debates, presentaciones y encuentros a la sombra de un abeto, se hable (discutir, cuestionar o poner en duda el statu quo, está mal visto) de lo guapo que somos porque sí. Puede deducirse sin temor alguno que el hedonismo, (tal vez hasta un remedo de onanismo), conforma una suerte de clave de bóveda de esta ruina de edificios ‘culturales’.

Tiempos horrendos

Llega el momento de la temida conjugación...

   Pero como lo dicho hasta ahora resulta una exposición árida y corro el peligro de que algún lector pueda sentirse ofendidito, tanto, que se vería en la necesidad de justificar la censura -cancelación según la moda-, paso a describir el significado del título cuyo protagonismo comparten los escritores y organizadores.

En primer lugar me referiré al sufrido creador, que tras finalizar su obra y que la misma haya encontrado el reconocimiento editorial, se ve inmerso en la ardua tarea de promocionar su criatura. En este caso se comprende que el susodicho se extienda hasta la extenuación alabando el texto propio, exaltando los ajenos (sembrar empatía entre el gremio) rece y guiñe ambos ojos ante los expertos de reconocido escepticismo. ¿Y cómo logra el autor que los organizadores se fijen en él? Pues es muy sencillo. Los festivales literarios cuentan con un nutrido grupo de sabuesos cuya única misión consiste en no dejar un lomo sin mirar, una librería sin asediar y editoriales sin visitar, y si tal estrategia no funciona porque el tiempo pasa y no recibe una llamada de teléfono ni para ofrecerle la última cosecha de Ribera de Duero, no queda más remedio que activar la fase de ruegos, súplicas y el archiconocido: ¡Por favor, por favor!, que he publicado un novelón… ¡Invítame a tu festival! Y en esa frenética estrategia va dejando el trasero expuesto a las inclemencias habituales, casi siempre con la sospecha que el compadreo es el rey. Teniendo en cuenta que los eventos (no importa el presupuesto) disponen de una nutrida nómina de escritores, éstos -tras asegurar que lo suyo no pase desapercibido- dedican horas, días, semanas, meses y años bisiestos, leyendo todo lo que cae en sus manos. Y claro, como todo resulta demasiado, comienzan a cribar muy a su pesar: «Esta sí, esta tal vez; de esta mejor ni hablar. ¡Anda!, pero qué maravilla de texto, contexto y…». Y la lista de invitados va tomando forma.

Ahora corresponde el turno a las cabezas pensantes.

En cuanto al diseño ‘arquitectónico’, el mismo se apuntala mientras saborean las mieles de la edición precedente, aumenta la intensidad a unos meses vista del siguiente y alcanza la velocidad de crucero antes de que pudiera suceder un evento adverso, generando estados de ansiedad poco recomendables para espíritus mansos. En definitiva, hecho realidad el repaso de ‘chapa y pintura’, lanzan al orbe que el engranaje del que tan orgullosos se sienten tiene como misión postrarse al servicio de un único objetivo: La literatura. Eso sí, sus nalgas sufren unas tensiones que únicamente alivia la confirmación de que los cuartos del contribuyente (vía impuestos) llegan a tiempo, porque jamás se debe olvidar el tortuoso camino que recorre el dinero hasta que desembarca donde debe. Oiga, ¿La empresa privada suelta euros aunque sea en especie?, se pregunta alguien. En algunas ocasiones, sí, en otras, no tanto, luego está el no y finalmente un crudo ¡Ni loco! Claro, dirá otro alguien, poco se puede esperar de los representantes del Capitalismo (qué tiempos tan horrendos vivimos) cuyo único interés es obtener beneficios (y creo que también crean empleo y nutren con sus impuestos al sector público, añado temerariamente) y entienden que la cultura sólo es el fútbol y lo que sea. Como puede ver, doy cabida a todas las sensibilidades o como antiguamente era conocido: Promuevo la libertad de expresión.

La eclosión

   Me tomo un instante para recapitular y conjurar el riesgo de asumir postulados que, líbreme Dios, nunca han sido plato de gusto para un servidor que, siendo también un escritor de reconocido prestigio amén de ser aplaudido por mi labor como humilde crítico literario, sustenta su pasión literaria sobre el respeto al otro a pesar de que él -el otro desconocido [homenaje a la Segunda Guerra Mundial]- haya demostrado siempre que puede, que él sólo empatiza con los suyos y que los otros son unas gentes que generan desconfianza cultural, política, climática y hasta sentimental. Coño, creo que me explico manteniendo el necesario equilibrio y una sutil equidistancia. Continúo.

De modo que si todo lo anterior se desarrolla como es debido y cada uno cumple con su cometido, cabe esperar al acto de inauguración y la paulatina llegada de los invitados que desde unos días antes habrán sembrado sus perfiles en la redes sociales de agradecimientos por lo generoso que han sido en contar con su presencia: Foto, etiqueta, foto, etiqueta. Foto en el aeropuerto o estación de ferrocarril, etiqueta. Treinta me gusta, catorce retuiteos y otra foto. Todo es luz y color. Encuentros en el hotel, bar, restaurante. Fotos en la calle, avenida, travesía o vía pecuaria. Mesa redonda. Abrazos entre viejos conocidos. Libros en posición vertical para que se vea que aquí se viene a lo que se viene: Literatura. Compromiso social. El maestro de ceremonias, luces, acción y la deseada eclosión. Alcanzada la simbiosis entre el organizador y el autor. ¿Falta alguien más? ¿Hablamos de la asistencia de público?

Creo que esa pregunta tiene una respuesta pero no sé si es la que usted piensa cuando observa cientos de fotografías con unos encuadres tan cerrados que no entra ni la botella de agua, desconozco si es la que desearía la organización, o es aquella que añora el autor (un asunto que importa un pimiento a consagrados, con o sin seudónimo) o esa otra que espera ver reflejada en el postrero dossier la autoridad competente y paganini cuyas ocupaciones son tantas, que con una rueda de prensa y varias menciones en Internet y televisión, saliva adecuadamente. No obstante, la participación ciudadana es importante pero tal vez escasamente contingente (!).


¿Cuál ha sido la respuesta social?

El reencuentro con fulano y mengano ha sido inolvidable.

Claro, sí, pero ¿ha ido gente, has vendido y firmado hasta en la escayola?

―…

¿Hola, sigues ahí?

   No obstante, y a pesar de todo lo expuesto, no encontrará aquí prueba alguna sobre la que sustentar sospecha alguna de ambición desmedida, ego fuera de control u orfandad festivalera, porque comprendo que los gustos son como aquellos jardines ingleses tan elogiados, y por tanto, quien paga elige. De acuerdo, el ejemplo no es el mejor pero no tenía otro. Naturalmente, me aterra comprobar la lejana (por no decir otra cosa) querencia que siente el autor olvidado...

Hombre, si no le gusta como está, organice un festival a su gusto.

...

   Comencé recordando que cada año la geografía española es testigo de un renacer literario, curiosamente, en una nación donde se publican más libros que lectores tiene -afirman expertos, todólogos renacentistas, feriantes y críticos de reconocido prestigio como de dudosa apariencia-. Dicen los que saben (porque hay más gente que sabe), no sé qué en torno a reflexionar sobre, desde, de y según, que un exceso es siempre algo más de lo deseable, casi como la preocupación expresada por un nutricionista ante el comportamiento desesperado de un cliente díscolo.


Edelmiro, no me joda. Otra vez dándole a la panceta sin meditar.


Conclusiones con interrogante a ambos lados

   Sin bala en la recámara del arma poética pero orgulloso de aportar mi grano de arena en este desierto del discurso hegemónico. Sin intención alguna de poner en duda la buena voluntad de todos aquellos que transitan este universo de sintaxis, onomatopeyas y puntos suspensivos. Enamorado hasta las trancas de la página en blanco y los accesos febriles, no me queda más remedio que dar por finalizada esta pieza musical con una expresión facial de hondo calado sentimental y varias preguntas que atormentan (capítulo 12 de mi próxima novela distópica) mi espíritu y que pido sean debidamente consideradas por si hubiera la oportunidad de asistir a un congreso o jornada literaria donde pudiera intercambiar puntos de vista, tanto con esos lindos colegas como con el público que jamás pierde una ocasión de gozar entre páginas que destilan cariño y compasión.

Leer atentamente

¿Por qué ese desprecio en no ahondar en otros discursos literarios arrinconados, o cuando no directamente ignorados, porque no encajan en los parámetros del engendro de lo políticamente correcto?

¿Qué sentido tiene, qué riqueza supone reunir a quienes coinciden hasta en las comas cuando hablan de cualquier asunto, cerrando así la posibilidad de que se conozcan discursos ajenos al grupo? ¿Si el presupuesto sale de todos los bolsillos, por qué no participan voces discordantes?

¿De qué sirve el género histórico, el epistolar, la ficción científica, la novela negra o el canto gregoriano, si hay una resistencia, unas orejeras ideológicas que perpetúan el discurso hegemónico?

Y sobre todo, ¿Por qué se acaba la batería del portátil?


miércoles, 8 de febrero de 2023

𝗖𝗮𝗿𝘁𝗼𝗴𝗿𝗮𝗳í𝗮 𝗱𝗲 𝘂𝗻 𝗮𝗹𝗺𝗮

   Las Palmas de Gran Canaria es un mar encerrado en el ‘océano’ de Gran Canaria, una isla anclada en algún lugar del Atlántico que guarda entre sus pliegues a esa urbe de nombre tan largo y que tantos líos continúa provocando entre extraños, y lo más triste, también entre sus moradores a pesar que desde el Boletín Oficial del Estado de 17 de septiembre de 1940 se intentara poner orden. Pero claro, cuando no sabes cómo te llamas, el resto de las catástrofes llegan por una simple inercia.

   Quien haya paseado de la mano de Domingo José Navarro (1803-1896) ha disfrutado de la detallada descripción que conforman sus recuerdos decimonónicos palmenses en el libro de memorias Recuerdos de un noventón (1895) descubriendo cómo era la ciudad que en los albores del siglo XIX estaba amodorrada por el olvido y la desidia, sufriendo los embates del mar como aquellas piedras que luchan por no abandonar el calor que ofrece la costa. Y es por esa época donde se asienta la narración objeto de esta pieza.

El teatro en medio del océano (Destino, 2022), de Francisco Juan Quevedo.

   Entre 1867 y 1921 transcurren las historias que pueblan las páginas de la octava creación literaria del autor (finalista del Premio Nadal 2022), teniendo la construcción del Teatro Nuevo (que primero será bautizado como Tirso de Molina para acabar llevando el nombre del inmenso Benito Pérez Galdós) como telón de fondo de una novela que no sólo cartografía la ciudad, si no que elabora el mapa interior de Feliciano Silva, alias El Guirre, aquel niño, ese adolescente y este adulto que conforman un trío sin solución de continuidad que irá creciendo a la par que esa urbe macaronésica. Un personaje que cultiva su interior por gusto y por necesidad (don Nicanor mediante); un hombre cuya alma se estremecerá al escuchar arias de ópera con ese sentimiento que también desbordaba el pecho de algunas criaturas de Mario Puzo. La novela tiene otro guiño, en este caso relacionado con el realismo mágico: «Y miró hacia arriba y no vio ningún ave, nadie supo dónde se fueron al calcinarse sus dueños». Tanto uno como otro, sazonan adecuadamente a un texto de lectura y ritmo con oficio, que guía al lector propio como ajeno, por aquellas calles polvorientas de los inicios hasta detenerse, que no concluir, en las vías que fueron modificando la geografía urbana y humana de los palmenses y de Las Palmas de Gran Canaria.

   Conocer de dónde venimos o en el peor de los casos, que el origen suene de algo, puede ser el antídoto para entender hasta dónde se ha llegado, porque la realidad, por mucho empeño que se le ponga, jamás será desbordada por la ficción. Es la sangre que recorre nuestras venas la que hace factible la creación de los afluentes (la imaginación). Nunca fue tan necesario saber cómo nos llamamos.



domingo, 18 de diciembre de 2022

𝗠𝗮𝗱𝗿𝗶𝗱

   Madrid. He caminado por la Villa subiendo callejuelas, bajando por avenidas, atravesando espacios modernos y pisando suelo decimonónico. He viajado en las guaguas de la EMT cuando algunas de sus líneas tenían el punto de partida en la Puerta del Sol; desde los andenes de Atocha y Chamartín un Cercanías me ha conducido al destino al igual que la modernidad de la Media Distancia o la Alta Velocidad, con la certeza de que la vuelta me dejaría, de nuevo, en la Villa. Conozco un poco la capital de capitales, esa urbe a veces insoportable y en otras ocasiones puro deleite. Me quedo con la segunda y aguanto a la primera.

Veo y me recreo cada vez que llego con partes de la historia común, y me emociono porque me toca de cerca, una sensación, salvando las distancias, como la que siento en el diario ir y venir por la ciudad que me vio nacer y de la que han borrado esquinas, plazas, edificios y árboles cuyo recuerdo es el único documento que guardo. Pero hablemos de Madrid, de unos matices desconocidos o casi.

Madrid Confidencial (Guadarramistas Editorial, 2022) Ángel Sánchez Crespo.

   Ha sido por la afición al pateo y mirar aquí y acullá que me encontré con este libro mientras los ecos del bullicio proveniente de la Plaza de Jacinto Benavente tiraban de mi curiosidad, mas puedo afirmar que no me arrepiento -me refiero al libro-. Nada descubro cuando afirmo que de esta ciudad se ha escrito lo imaginable y a lo peor también de lo otro, pero en el texto elaborado por Sánchez Crespo, el undécimo que dedica a la Villa y Corte, las historias que describe y por tanto rescata de ese posible olvido individual que siempre acecha, no tienen desperdicio como en el caso de El café de “los cagones” donde se servía un sorbete de arroz con leche «que ya fuera porque cortaba la diarrea a los que la sufrían o porque la producía a quienes la consumían» dio el sobrenombre al Café de Pombo. Dejando a un lado la cuestión escatológica, el lector tendrá noticias de aquel Madrid de los Austrias donde los locos tenían un espacio reservado para el deleite de la Corte, pero no es conveniente confundirlo con la figura del bufón. En el caso de los primeros, el asunto llegó a tal punto, que «los aristócratas también poseían los suyos» produciéndose intercambios con el dato añadido que «Italia fue el principal país importador de locos españoles».

   Que ciento veintiocho capítulos dan para mucho cuando lo que se cuenta no se pierde por los famosos cerros, es un placer que sabrá apreciar, tanto el lector de fondo como el curioso que busca el detalle que contar en cualquier fiesta de guardar. Madrid Confidencial es un libro que acerca a ciertas entretelas de la metrópolis dignas de ser conocidas por el vecino como por el visitante. En sus más de doscientas páginas, quienes aman las ciudades no deberían perder esta oportunidad. Podría continuar describiendo el texto y su contexto, pero todo eso es confidencial.


miércoles, 2 de noviembre de 2022

𝗟𝗶𝘁𝗲𝗿𝗮𝘁𝘂𝗿𝗮 𝘆 𝗲𝗻𝗲𝗿𝗴í𝗮 𝗻𝘂𝗰𝗹𝗲𝗮𝗿

 


   Son los usos y no per se, aquellos elementos que aportan el interés, la calidad y en contadas ocasiones, alcanzan la excelencia, tanto al hecho literario como a todo lo relacionado con el átomo. Claro está, o lo supongo, que usted se preguntará qué diablos pintan los neutrones y protones con la Misericordia galdosiana, El perseguidor cortazariano o con la Música de cañerías de Bukowski. Insisto. El trabajo bien hecho nos ha enseñado a diferenciar el párrafo que atrapa el alma frente al ‘ladrillo’ con pretensiones y ha mostrado al orbe que una tomografía axial computarizada de por ejemplo, un cerebro, muestra que lo nuclear trasciende la catástrofe de Fukushima.

Pero esta pieza musical ha venido para dedicar su líneas a esos momentos que cualquier escritor de oficio que no de pose, debería sufrir en carne propia, unos instantes casi eternos donde luce todo el esplendor de otra faceta ¿miserable? que conforma el hábitat al que se llega por cariño, se permanece por gusto y se continúa a pesar de los pesares. Incluso, llegado el caso de llamar la atención del imprescindible editor -y no de uno de esos cantamañanas que pueblan y contaminan todo lo que tocan- hasta el punto de ver publicada la obra, jamás debería bajarse la guardia, despegar los pies del suelo y dar por cimentado un futuro repleto de parabienes, algo complicado cuando el tonto sigue la linde a pesar de que no quede rastro del camino.

Angustia, decepción

Me asaltó cierto desasosiego cuando escribiendo este párrafo, un neutrino travieso se interpuso en cierto instante por determinar, preguntándome con una suerte de melancólica mirada, dónde se halla el punto exacto entre la cordura y la decepción. Sorprendido ante la cuestión planteada no vi más solución que ignorar el envite y retomar la senda literaria que es la causa de tantos momentos inolvidables, de puro solaz, casi a la altura de la santa de Ávila. Mas dicho esto, surge una cuestión de breve enunciado a la par de inocente, que tiene al editor como epicentro: ¿Y?

La experiencia adquirida a lo largo de una vida junto con el conocimiento transmitido por otros colegas es de amplio espectro como si de una feria se tratara consiste en promesas de éxito al estilo «Chaval, tú vales mucho. Confía en mí». También entre cantos de presentes y futuras vanidades, anda acurrucado, ¡afortunadamente!, el especialista que se deja honra y hacienda sin más pretensiones que el amor al arte; que cuida el texto hasta la extenuación luchando mano a mano junto al autor o debilitando las resistencias de éste a mover un punto y aparte. Unos seres humanos que merecen el reconocimiento del gremio porque lo valen. Existen, están ahí, pero hay que buscar y no siempre la puerta que se abre enseña lo que se cree ver, mutando entre el espejismo o un trampantojo, luego será tarde, tal vez demasiado tarde para cambiar el rumbo, ni siquiera para huir con el manuscrito sujeto con trabas de diversos colores gritando «¡No era eso, no era eso!».

Junto a un operador nuclear de conocimientos enciclopédicos y experiencia sin par, alcancé el entendimiento exquisito en torno al átomo, la fisión, el bombardeo de neutrones o el anhelo por hacer realidad de forma sostenida y artificial la fusión nuclear, dejando a un lado todos los demonios que propagan individuos nostálgicos de las antorchas o en una versión revolucionaria, del quinqué, porque siempre han existido los versos sueltos.

modo de conclusión, sólo cabe señalar que tanto la literatura como la energía nuclear son actividades que lejos de un supuesto antagonismo serán mejor o un puñetero desastre dependiendo de cómo lo entienda el correspondiente autor en fraternal unión con el imprescindible editor.


miércoles, 14 de septiembre de 2022

𝗘𝗹 𝗮𝗰𝗼𝗺𝗼𝗱𝗮𝗱𝗼𝗿 𝗹𝗶𝘁𝗲𝗿𝗮𝗿𝗶𝗼

 



   Durante la adolescencia me aficioné al cine que dieron en llamar de arte y ensayo y recuerdo, no sin cierto sonrojo, que tras varias visitas a la sala de proyecciones -cuya ubicación mantendré oculta- y habiendo adquirido un profundo conocimiento sobre ese género, ¡Dersu Uzala!, mi gusto por el séptimo arte se escoró hacia el lado canalla. Sin apenas darme cuenta me vi envuelto entre las tinieblas de una sala que siendo oscura (como debe ser cualquier espacio que se empeñe en proyectar películas), era usada para otros fines que ni los hermanos Lumière pudieron imaginar: Me refiero al cine porno.

   Tal vez y con el transcurrir de las décadas he llegado a esta conclusión: Mi afición por el cine experimental y hastiado de la etapa antes mencionada, hizo que buscara otras propuestas narrativas, porque seamos claro, el canon que había impuesto la experimentación ¡Solaris! estaba boqueando entre promesas de un presente desorientado y un futuro desquiciado. Con esos antecedentes de hecho, cumplidas no sé ni cuántas primaveras, la vida me lanzó un envite inspirado en un viejo refrán: «¿No quieres caldo?, pues toma dos tazas» y acabé siendo el acomodador más joven de la historia de aquel viejo antro, otrora espacio para el tránsito de princesas, piratas y autos locos. Aquella experiencia me brindó grandes enseñanzas e hizo que mi horizonte intelectual, que hasta ese momento no pasaba de ser una línea borrosa, mostrara que la vida es algo más que una erección o un gemido y así, descubrí la literatura en la que me sumergí sin tener que soportar los amores de ellas y las heroicidades de ellos, a todas luces faltas de realismo. Empecé a leer durante mi jornada laboral. Esperaba al comienzo de la película y si llegaba algún espectador rezagado le ofrecía la linterna para que se acomodase a su gusto, aunque en otras ocasiones estaba tan abstraído por la trama, que con el dedo de una mano señalaba la puerta de entrada a la sala. El resultado de lo que ahora han dado en calificar como desatención de las obligaciones laborales se transformaba en quejas: «Siéntate de una puta vez», «Qué hostia me he dado» y algunas otras. Un mes más tarde, sin trabajo ni dinero, opté por recluirme en la casa de mi hermano, quien a pesar de todo, me dio de comer permitiendo que mis libros comenzaran a ocupar el exiguo espacio habitable. Leí, tomé notas -también burbon-, comparé estilos, confundí tramas, mezclé autores… mas llegado a este punto es necesario que usted sepa que la intención de esta pieza no es otra que reflexionar en torno a qué hacer cuando el lector, editor, autor, agente, distribuidor, crítico y el librero se enfrentan a la monarquía en la literatura, al gran problema de la sucesión. Quiénes deciden los candidatos, cómo y por qué, pero sobre todo surge una pregunta ¿Hablamos de literatura o del circo de las vanidades? ¿La literatura puede vivir sin saber a quién rendir pleitesía? ¿Debería organizarse una romería hasta la casa natal o segunda residencia del ungido? ¿No había dicho que plantearía una pregunta?

Acomodar

   Cuando se ha pasado toda una vida profesional exigiendo coherencia, proclamando qué está bien, denunciando las atrocidades que se imprimen en nombre del libre mercado y la sana competencia; cuando toda la obra propia se alimenta con la certeza de que lo expresado es la opinión verdadera -casi un canon alternativo-, que las veleidades deben ser eso y no la deserción del estilo que tantas alegrías ha dado, y por tanto, o estamos aquí u olvídese de tocar en esta puerta, es casi seguro que se está frente al acomodador literario, al tipo dueño de la balanza cuyo fiel suda la pena negra cada vez que su amo mueve los platillos, el individuo que porta la linterna con la que señala el camino hacia el abismo o en dirección al olimpo de las letras y ocurre que el susodicho ha pasado toda una vida entre textos dejando las vergüenzas ajenas con el culo al aire de la Sierra y a la primera de cambio cae hipnotizado por los cantos de sirenas. Estimado, ¿Usted también? No obstante, y fiel a mi estilo conciliador no puedo por menos que recordar que todos convivimos con las contradicciones, que nadamos entre ellas y por tanto, ¿Qué tiene de malo sucumbir aunque sea un poco?

   El rey ha muerto, viva el rey, gritan los seguidores cuando acuden a la fuente de la que mana el líquido de la razón literaria para beber de esos chorros que mojan con su buena nueva o simplemente salpican gotas de suposiciones, de verdades a medio fundirse con el empedrado y esperan ansiosos por conocer la buena nueva. «No quisiera caer en la tentación de...», «Son tantos los que aspiran al trono...», «Él fue único en su género» o «Soy un humilde experto en la cosa», podrían ser las frases con las que nuestro audaz reponedor de anaqueles concluye su análisis inicial mientras espera las reacciones del cenáculo entre cuyos miembros están aquellos que han entrado en tensión (o casi en pánico) ¿Seré yo?, se preguntan ante el espejo. Porque hay más.

   La desaparición física del autor, no sólo deja un hueco en el panal del estilo literario, también causa un vacío en una silla que más temprano que tarde será ocupada por un colega, de tal forma que no sólo tenemos una suerte de sede vacante por causa del hecho biológico que unas fuerzas desconocidas se encargarán de cubrir, sino que el universo de las Letras debe dar una respuesta de quién ocupará el mueble antes señalado, y ahí no hay lugar para encomendarse a santos y arcángeles, en esto del sanedrín académico las cosas son como son ¿Cómo?, pregunte por cafés y salones. Por cierto, no quisiera concluir esta alegre pieza musical sin preguntarme si nuestro esforzado acomodador literario no estará teniendo sueños húmedos a punto como estamos de alcanzar ese veranillo septembrino y adentrarnos en la estación propicia para el verso insustancial y la linterna de luz agonizante.