domingo, 13 de marzo de 2022

El ferroviario

Resulta que Teo Álvarez del Pino no es detective sino «un mero diletante del crimen» que en su tiempo libre acude al despacho de la Subdirección General de Vías Férreas del afamado Gobierno regional de Canarias donde sestea apaciblemente hasta la hora de cierre. Ocurre, que tan singular funcionario se ha tropezado con el recuerdo de un robo con asesinato acontecido en Las Palmas de Gran Canaria y que su instinto de investigador se remueve cual felino decúbito supino (!) ante la sospecha de que en tal asunto hubo más…

Aromas de crimen (Hora Antes Editorial, 2021) de Rubén Naranjo Rodríguez.

Ambientada en la capital grancanaria, el autor declara su galdosismo, dado que algunos de los personajes están bautizados con el nombre de otras tantas creaciones de Don Benito. Por ahí anda el doctor Teodoro Golfín en plan de intrépido reportero, un Federico Viera –que lejos de una Incógnita y o de cualquier Realidad– ha devenido en mecánico indolente con trazas de gandul militante. También aparecen Viridiana, Tristana y Marianela, ésta última, es la Nelita de la novela con una adorable participación entre tanto peluche. Continúo.

Que las referencias a la prosa, poesía y música popular son la marca de la casa, es un elemento que según el lector de turno, puede ocasionar empacho, admiración por el bagaje acumulado o simple elemento para la distracción, no obstante, tampoco se debe pasar por alto la originalidad que supone que uno de los personajes sea un tormento poético cada vez que tiene la oportunidad de entablar contacto con del Pino. No son menos destacables los diálogos rebosantes de humor y cierto regusto por el adjetivo adecuado, los canarismos o el sinónimo tiquismiquis. Además, en el negociado de su gusto por los textos, el autor no pierde la oportunidad de mostrar su querencia por Jorge Manrique, a quien deja caer plácidamente con el recuerdo de las Coplas paternas, al igual que con Benedetti y su A tientas, cuyos versos se asoman al texto, a la par que algún que otro bolero arrima la sardina a su ascua. Incluso, hasta Aristófanes hace acto de presencia recordando a Lisístrata, quien harta de tanto abandono, planteó un ultimátum de dioses a los guerreros atenienses: O ardor guerrero o del encamado.

Por cierto, creo no haber contado que el paradero de un lienzo –parte del mismo– que se atribuye a El Bosco tiene una especial importancia en esta Novela oscura, bastante negra.


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