miércoles, 2 de noviembre de 2022

𝗟𝗶𝘁𝗲𝗿𝗮𝘁𝘂𝗿𝗮 𝘆 𝗲𝗻𝗲𝗿𝗴í𝗮 𝗻𝘂𝗰𝗹𝗲𝗮𝗿

 


   Son los usos y no per se, aquellos elementos que aportan el interés, la calidad y en contadas ocasiones, alcanzan la excelencia, tanto al hecho literario como a todo lo relacionado con el átomo. Claro está, o lo supongo, que usted se preguntará qué diablos pintan los neutrones y protones con la Misericordia galdosiana, El perseguidor cortazariano o con la Música de cañerías de Bukowski. Insisto. El trabajo bien hecho nos ha enseñado a diferenciar el párrafo que atrapa el alma frente al ‘ladrillo’ con pretensiones y ha mostrado al orbe que una tomografía axial computarizada de por ejemplo, un cerebro, muestra que lo nuclear trasciende la catástrofe de Fukushima.

Pero esta pieza musical ha venido para dedicar su líneas a esos momentos que cualquier escritor de oficio que no de pose, debería sufrir en carne propia, unos instantes casi eternos donde luce todo el esplendor de otra faceta ¿miserable? que conforma el hábitat al que se llega por cariño, se permanece por gusto y se continúa a pesar de los pesares. Incluso, llegado el caso de llamar la atención del imprescindible editor -y no de uno de esos cantamañanas que pueblan y contaminan todo lo que tocan- hasta el punto de ver publicada la obra, jamás debería bajarse la guardia, despegar los pies del suelo y dar por cimentado un futuro repleto de parabienes, algo complicado cuando el tonto sigue la linde a pesar de que no quede rastro del camino.

Angustia, decepción

Me asaltó cierto desasosiego cuando escribiendo este párrafo, un neutrino travieso se interpuso en cierto instante por determinar, preguntándome con una suerte de melancólica mirada, dónde se halla el punto exacto entre la cordura y la decepción. Sorprendido ante la cuestión planteada no vi más solución que ignorar el envite y retomar la senda literaria que es la causa de tantos momentos inolvidables, de puro solaz, casi a la altura de la santa de Ávila. Mas dicho esto, surge una cuestión de breve enunciado a la par de inocente, que tiene al editor como epicentro: ¿Y?

La experiencia adquirida a lo largo de una vida junto con el conocimiento transmitido por otros colegas es de amplio espectro como si de una feria se tratara consiste en promesas de éxito al estilo «Chaval, tú vales mucho. Confía en mí». También entre cantos de presentes y futuras vanidades, anda acurrucado, ¡afortunadamente!, el especialista que se deja honra y hacienda sin más pretensiones que el amor al arte; que cuida el texto hasta la extenuación luchando mano a mano junto al autor o debilitando las resistencias de éste a mover un punto y aparte. Unos seres humanos que merecen el reconocimiento del gremio porque lo valen. Existen, están ahí, pero hay que buscar y no siempre la puerta que se abre enseña lo que se cree ver, mutando entre el espejismo o un trampantojo, luego será tarde, tal vez demasiado tarde para cambiar el rumbo, ni siquiera para huir con el manuscrito sujeto con trabas de diversos colores gritando «¡No era eso, no era eso!».

Junto a un operador nuclear de conocimientos enciclopédicos y experiencia sin par, alcancé el entendimiento exquisito en torno al átomo, la fisión, el bombardeo de neutrones o el anhelo por hacer realidad de forma sostenida y artificial la fusión nuclear, dejando a un lado todos los demonios que propagan individuos nostálgicos de las antorchas o en una versión revolucionaria, del quinqué, porque siempre han existido los versos sueltos.

modo de conclusión, sólo cabe señalar que tanto la literatura como la energía nuclear son actividades que lejos de un supuesto antagonismo serán mejor o un puñetero desastre dependiendo de cómo lo entienda el correspondiente autor en fraternal unión con el imprescindible editor.