lunes, 16 de mayo de 2022

Sofonisba y el balcón

Cuando alguien navegue entre las aguas del desasosiego literario y pregunte qué libro debe leer para reencontrarse con los textos, sin lugar a dudas recomendaré Ficción perpetua, una recopilación de reflexiones, un ensayo en toda regla sobre el hecho impreso en páginas, obra del escritor cuyo reciente trabajo ocupa este espacio.

La novela posible (Alfaguara, 2022) José María Merino.

El autor de Novela de Andrés Choz (1976) se convierte en uno de los protagonistas de esta nueva propuesta literaria usando para ello lo que se denomina autoficción en un texto al que le acompañan los pesares de una bibliotecaria atormentada por su relación sentimental con un ególatra y el descubrimiento maravilloso, al menos en mi caso, de Sofonisba Anguissola, una pintora que estuvo vinculada a la corte de Felipe II. De tal forma, esta obra se divide en tres partes, una de las cuales, como he apuntado, narra los miedos, angustias y críticas expresadas por José María Merino durante el encierro al que fuimos sometidos todos los españoles en los primeros meses de 2020 (declarado inconstitucional mucho tiempo después).

Pero si hay algo que realmente ha llamado mi atención durante la lectura, eso no ha sido otra cosa que el apartado dedicado a la pintora italiana, que gracias al empeño de su padre, claro está, y a las grandes cualidades de la mencionada, la convirtió en una de las artistas «más notables de la historia del Arte de la segunda mitad del siglo XVI», según reza en el texto de celebración del Bicentenario del Museo del Prado, a pesar de los impedimentos frutos de la época que le tocó vivir y que hacían imposible que los cuadros pintados por una mujer pudieran venderse, aunque sí regalarse.

Como digo, esa es la parte más interesante de la novela del académico español donde recuerda que la autoría de «casi todos los cuadros que pintó sería olvidada (…) y se atribuiría a Sánchez Coello, a Pantoja de la Cruz» o al mismísimo Greco. No puedo decir lo mismo del placer por la lectura cuando toca conocer sus reflexiones en torno a eso que los gobiernos dieron en llamar pandemia, donde esparce su postura ideológica en defensa del Gobierno actual. En tal sentido, Merino critica el «repique hojalatero» que pretendía recordar que los aplausos balconeros tapaban otras vergüenzas, además el también Premio Nacional de las Letras Españolas 2021 menciona que esos que dan por aporrear cacerolas «Son pocos, y en todas sus terracitas luce la bandera nacional». Entiendo que pueda opinar lo que le plazca (obviedad), pero creo que tales píldoras empobrecen el resultado de su novela.

Concluyo con un recordatorio galdosiano, que sirve como justo bálsamo tras el patético intento de Vargas Llosa, y donde Merino vuelve a declarar su admiración por Don Benito Pérez Galdós, «para mí uno de los más grandes novelistas del siglo XIX, no inferior a Balzac, Victor Hugo, Flaubert, Dickens, Tólstoi, Dostoievsky…» y critica el desprecio del que el genio de los Episodios Nacionales fue pasto por parte de Valle-Inclán o esos otros con una postura «antigaldosiana» como Juan Benet o Francisco Umbral.

En definitiva, José María Merino nos acerca con su estilo la figura de Sofonisba y deja las ganas de saber más sobre la gran artista. Quizá esté pendiente leer esa novela posible.


jueves, 12 de mayo de 2022

Miralles por Delicado

   Dicen que es la novela portadora de una perspectiva feminista y femenina, que rompe moldes… Afirman expertos en el tema, que las páginas resultan un dechado de eficiencia en estos que los mismos expertos en el mismo tema no terminan de aclarar: Novela policíaca o novela negra, (en todo caso hay algo de novela procedimental, pero en grado ínfimo). Y no, el matiz no es baladí, mas no haré de tal asunto una cuestión de principios: ¡Dios me libre!

La presidenta (Alfaguara, 2022). Alicia Giménez Bartlett.

Una mujer que antaño tuvo mucho poder aparece muerta en la habitación de un hotel lujoso. Tras cundir el pánico entre las fuerzas oscuras que habitan esos palacios desde donde se dictan las normas, los dioses del Olimpo policial toman las riendas y ordenan cosas para evitar que el asunto salpique a esas otras mentes pensantes que se elevan sobre todos nosotros… para bien de ellos. 

Por un momento, casi tuve la tentación de gritar ¡Rita Barberá!, pero siguiendo la advertencia de que cualquier parecido no se corresponde…, recuperé la senda del sentido común y me preocupé por una tal Vita Castellá, que como usted puede comprobar apenas tiene semejanzas fonéticas con el personaje real. 

Y aparece Valencia, la corrupción y el partido todopoderoso. También hacen acto de presencia dos personajes que se estrenan en esto de la ficción policial —las Miralles—, porque a pesar de la insistencia de que esta novela es hija del género negro, nada hay de cierto en ello, dejando bien claro que una parte de la crítica literaria permanece anclada en una confusión de la que yo no me veo con fuerzas para liberarla.

   Como sea que Petra Delicado se ha tomado un descanso o pudiera estar en proceso de jubilación, todo dependerá de la acogida que tenga esta obra, no me queda otra que referirme a esas incorporaciones fruto de la imaginación de Giménez Bartlett y que desde mi punto de vista no aportan nada nuevo al panorama general de ese género que tanto lío genera (!) entre los famosos expertos. Es cierto, todo hay que decirlo, que la trama está correctamente diseñada para ser bien recibida por aquellos que únicamente tienen ojos para detectar el mal entre una parte del espectro ideológico nacional mientras la pandemia de deterioro cognitivo hace estragos para todo lo demás que pudiera estar relacionado con otros asuntos del mismo o superior calibre que la historia de La presidenta. Es probable que alguien pueda mostrar su disgusto ante lo dicho, pues sepa que si algo está marcando el camino de la novela negra o la policíaca española no es otro que el sesgo ideológico, de forma que otros temas, cientos o miles, están esperando que autores de calidad o mediopensionistas, que haberlos haylos, pudieran aparcar (santa ingenuidad la mía) su pertinaz sequía para acceder a otros palacios —por ejemplo, Andalucía, Vascongadas, Castilla La Mancha, Asturias— y ventilar sus vergüenzas. No obstante, y visto que la vida es breve, aprovecho la ocasión para recordar algunas cosillas del texto:

«En España la gente es bastante intolerante…». «No se trata de una derecha europea y civilizada, son lo peor de lo peor: juerga con putas, borracheras, comilonas, tirar el dinero que no es suyo por la ventana». ¿A que resulta la mar de divertido?

Esas nuevas estrellas que pudieran ser las hermanas Miralles, inspectoras del Cuerpo Nacional de Policía, investigan contra viento y marea, comen cuando pueden (el asunto gastronómico), se enfadan entre ellas; visitan a los padres, respiran los aromas de la primavera en la capital del Turia. Una llora por su amargo pasado amoroso, la otra, salta porque la vida hay que disfrutarla. Investigan hasta que todo acaba. 

Y cuando el final está al caer, llegarán a preguntarse por el significado de la palabra «martingala», reconociendo que no tienen ni idea, y ahí es posible que estemos ante una declaración fundacional de los nuevos tiempos que recorren el asunto negrocriminal.

sábado, 7 de mayo de 2022

El amigo Mario, veintiocho reseñas y (casi) un audioensayo

 

No me gusta coleccionar sellos de correos, y además, estoy preocupado por el futuro inmediato, ése que resulta ser el presente pero con un par de minutos de ventaja. Hasta aquí esta pequeña confesión hecha para agradar a un viejo amigo por cuya amistad sería capaz de volver a leer Los perros del paraíso, aunque el asunto que impulsa este texto tiene que ver con…

La mirada quieta (de Pérez Galdós) (Alfaguara, 2022). Mario Vargas Llosa.

Todo comienzo es una incógnita o eso creen algunos seres, incluido yo, pero ocurre que tras la lectura de unas cuantas líneas del nuevo libro, surgió en mi interior literario un estado de agitación que identifiqué rápidamente cuando recordé el vídeo con motivo de la ceremonia de apertura del curso 2020-2021 de las Reales Academias del Instituto de España. En tal solemne acto, celebrado el 7 de octubre de 2020, Vargas Llosa dio una conferencia titulada En favor de Pérez Galdós, así que puse en marcha el reproductor de vídeo y junto al flamante ejemplar recién salido de la imprenta, mis ojos se deslizaron por la blanca superficie en armoniosa cadencia envuelta por la voz del autor arequipeño. Efectivamente, una parte del texto que sirve de introducción a la novela (págs. 13-23) es prácticamente el mismo que usó en la mencionada ceremonia, mientras que el grueso de su lección inaugural –dedicada a los Episodios Nacionales (págs. 299-334) supone la última parte de las tres en las que se divide este escrito que el también autor de Conversación en La Catedral afirma que es un ensayo sobre la obra de Benito Pérez Galdós, eso sí, reconoce que le faltan los artículos de prensa que «constituyen una inmensa tarea –voy avanzando en ella, poco a poco–» (pág. 15). No obstante lo dicho, el académico apunta que hasta la llegada de aquello que los gobiernos dieron en llamar pandemia junto con los famosos e inconstitucionales estados de alarma (al menos en España) –todo eso lo afirmo yo–, él «desconocía el conjunto de su obra. Dieciocho meses después estaba terminando», tan colosal empresa. Y esto último resulta una confesión sorprendente viniendo de un literato de la talla de Vargas Llosa, aunque tal vez no tanto, y únicamente sea la constatación de que en este gremio como en los demás, hay quienes ignoran las luces cercanas y caen rendidos ante los brillos externos.

De los amigos me guarde Dios…

Me permito la osadía de volver a recordar el título de la conferencia de octubre de 2020, En favor de Pérez Galdós, porque si hay una constante en las más de trescientas páginas del libro, que él se empeña en calificar como un ensayo, en nada se parece a una defensa hacia la obra de Don Benito, a pesar de que el premio Nobel vaya dejando constancia en varias páginas de su admiración por el escritor grancanario. 

Pero no es esta la principal queja que pudiera hacerse al trabajo, sino el hecho de esperar un texto original y hallar la transcripción, –un refrito con un ligero engorde–, de esa reflexión junto con varias reseñas que desde mi punto de vista no aportan elementos cualitativos que supongan el descubrimiento de matices en la obra galdosiana y mucho menos, si como insiste el autor, lo leído es un ensayo, no se encuentran tesis con unos razonamientos que pudieran servir como base para un debate sustancioso. Y dijo: «Tenía muchas ganas de leer a Pérez Galdós de principio a fin» (pág. 15).

Ahora me detendré en el negociado de las biografías donde el autor de La tía Julia y el escribidor señala que el trabajo de Yolanda Arencibia (que leí en su momento), Galdós, una biografía (Tusquets, 2020), es «de lejos, la mejor (y la más abultada) biografía que se conoce de él» (pág. 16).

En este asunto como en otros que nos rodean, soportamos, queremos o simplemente hacemos como si no existieran: opiniones, estados de ánimo o chascarrillos, siendo el hábitat de la famosa viña donde hay de todo: Sí, también queda espacio para las filias y las fobias.

Mas si como el caso que nos ocupa, el estudioso quería ponerse al día en torno a la vida y milagros de Pérez Galdós, provoca asombro que se le pasara por alto: Galdós. Maestro de las letras modernas (Ediciones Valnera, 2020) que firma Germán Gullón y que más que una biografía –que aquí huye del estilo empalagoso que únicamente tiene cabida en una hagiografía, decisión que se agradece sobremanera–, encontramos un trabajo que resulta, esta sí, una pieza ensayística que reconforta. Tal vez fue un olvido motivado por el sobrepeso de otros textos.

Flaubert de mis entretelas

Y ahora, no veo mejor oportunidad que la de adentrarse en otro de los asuntos que Vargas Llosa no perdona a Galdós: la figura del narrador. ¡Dios mío!, vaya perreta que se ha pillado. «Su gran defecto como escritor fue (…) no haber entendido que el primer personaje que se inventa un novelista, lo sepa o no, es el narrador…» (pág.22) –dejo el enlace a un artículo publicado en 2021 en el que se explaya al respecto https://cutt.ly/SGCVBlo-, pero como no quiero ser tachado de mala persona, aporto otra visión en torno a la figura del narrador, en este caso de Jorge Edwards https://cutt.ly/DGC8Vw1 Y tal pecado, supongo que venial, ha estado fuera de nuestras entendederas hasta tal punto que, ignorantes del tsunami, hemos disfrutado de los textos galdosianos sin reparar que esa ausencia nos hurtaba otros recovecos; que íbamos acumulando carencias que harían de nuestra existencia literaria un infierno. Tal vez esté confundido, pero he leído y disfrutado de los textos escritos por mi paisano sin caer en la melancolía preflaubertiana, consciente de quién era el narrador, fuera Tito Liviano o Gabriel Araceli y absorbiendo las diversas atmósferas creadas por uno de los mayores novelistas que ha dado la historia. Digo esto porque a través de las páginas redactadas por el amigo Mario, me fue invadiendo la impresión de que iban supurando cierto menosprecio y a veces detecté, tal vez por error y no por chovinismo, lo que asemeja el comportamiento de un perdonavidas: «Si todas las novelas tuvieran los méritos de ésta [La desheredada], Pérez Galdós hubiera sido uno de los grandes escritores del siglo XIX» (pág. 64). ¡Cáspita! Pues será que el conocimiento de su obra se ha limitado a las fronteras españolas porque la comprensión de todo lo que narró estaba únicamente alcance de los españoles y por tanto, si nos adherimos a la aseveración ‘vargallosista’, deberíamos preguntarnos cómo encajar la existencia de los Congresos internacionales de estudios galdosianos, cuya génesis se remonta a 1977 (la última edición fue en 2017) y que según dicen los organizadores: «Estas reuniones suponen, además de un encuentro entre diversos enfoques de la investigación galdosiana, una apertura de vías de trabajo y un estímulo para la renovación generacional del hispanismo en torno a uno de los escritores españoles más estudiados y conocidos internacionalmente» y doy fe que hay galdosianos a lo largo y ancho de este mundo cruel.Hay más. En su lista de cosas que Don Benito pasó por alto, el novelista de Pantaleón y las visitadoras detecta «Uno de los defectos más evidentes de Pérez Galdós, que aparece tanto en los Episodios Nacionales como en sus novelas: sucumbir a las grandes palabras, a la hinchazón exagerada del lenguaje…» (pág. 58).

Debo suponer que tal contundente afirmación está íntimamente unida al hecho de que para «escribir este ensayo lhe leído [Fortunata y Jacinta] ya por tercera vez…». (pág. 87)una historia que, reconoce, lo atrapó una vez más, bien es cierto que tal ‘abrazo’ no ha tenido los efectos balsámicos en el resto del «ensayo» donde creo detectar –nunca he dicho que yo sea un tipo perfecto– ciertos aromas hermanados con la… 

Leyenda negra y otros asuntos

No creo decir un disparate si afirmo que la literatura, y el género es lo de menos, no puede ser vendida como una expresión artística pura y por tanto, alejada de los avatares de quienes la inventamos (el hombre), disfrutamos y hasta osadamente, como en mi caso, practicamos. Sea la ficción o el más sesudo de los textos históricos, quien escribe se deja partes de su vida en cada una de las líneas, contamina, si se quiere así, todo el relato, ahora bien, asumida esta evidencia, dependerá de cada cual saber diferenciar (y hasta dosificar) las filias y los odios, y que ninguno de ellos predomine en el discurso; que los hechos ciertos sean expuestos tal cual y no hurtados deliberadamente para que todo lo demás encaje en la idea preconcebida. 

Bueno, pues llego hasta aquí por culpa (!) de algunos momentos, por ejemplo, cuando Vargas Llosa afirma que las cuatro novelas protagonizadas por Torquemada retratan la decadencia de España «luego de haber sido un gran imperio», fue retrocediendo hasta convertirse «en uno de los países menos prósperos del Viejo Continente», pero olvida que siendo la historia de este vieja nación de una gran complejidad, en esa decadencia tuvo un papel destacado la llegada de la casa Borbón con la alargada sombra de Luis XIV, cuyo ‘sol’ cegó definitivamente cualquier atisbo de mejora, así mismo, desconozco si es un ‘creyente’ de todo aquello que rodea a la leyenda negra y aún más, creo que en su crítica olvida el papelón de las élites españolas del momento, cuyo entrenamiento durante el siglo XVIII alcanzará la cumbre de la ignominia tras la invasión napoleónica. No obstante, para saber de este tema nadie mejor que la profesora María Elvira Roca Barea (Imperiofobia (2016) Fracasología (2019)dicho lo cual, no quiero dejar pasar la oportunidad, ya que he mencionado a los franceses, para recordar que en ningún momento don Mario usa el término Hispanoamérica o hispanoamericano, decantándose el autor por el invento gabacho de Latinoamérica: «Nosotros, los latinoamericanos» (pág. 68), de ahí que mis dudas hayan hecho que lo lo mencione por sus apellidos, el nombre o el título de algunas novelas, (algo absolutamente normal) porque ignoro si llamarlo latinoperuano antes que hispanoperuano, sería lo políticamente correcto. De antemano, pido disculpas por lo que sea.

Feminismo y según quién sea, será doña

Dicen los que saben de esto, no importa la materia, que no hay peor análisis de los hechos que sacarlos de su contexto, arrancarlos del entorno y traerlos hasta nuestros días para, desde el púlpito digital, vapulear los modos y maneras de una época de la que nos separan unos modestos doscientos años (y pico). Así, sorprende otra vez que el arequipeño se despache afirmando que lo «extraordinario» de las páginas de Tormento (1884) «es el antifeminismo», y añadiendo por si alguien de estos tiempos gritara ¡Cancelación de Galdós! o un ¡Arderéis como en 1808!, que en «aquella época los valores morales afectaban con mucha más fuerza a las mujeres». Claro, cómo he podido ser tan duro de mollera y no entender que la intención del escritor tiene un propósito exclusivamente pedagógico y que criticar comportamientos del XIX sólo es un guiño sin maldad. Continúo.

En la conferencia a la que me he referido en varias ocasiones hizo mención a las mujeres más importantes en la existencia de Benito María (de los Dolores Pérez Galdós) y que «sus biógrafos han detectado que tuvo tres amantes duraderas y, al parecer, muchas otras transeúntes» (pág. 21). Sé que vamos regular, pero si hablamos, que sea de todo. Así que el académico Vargas Llosa empieza a enumerar a las señoras comenzando por Lorenza Cobián González, «asturiana humilde y analfabeta» a quien «enseñó a escribir y leer». Luego cita a «doña Emilia Pardo Bazán» e informa al lector de que la gallega fue en su vida privada «un diablillo lujurioso», eso sí, también comunica al potencial leedor que la susodicha fue una escritora «púdica y militante cultural feminista». Por último, se refiere a Concepción Morell Nicolau (Concepción Ruth Morell, según indica Germán Gullón en la biografía arriba mencionada) de relación turbulenta. ¿Ha notado algún detalle digno de mención?, pues se lo digo yo. Parece que además de pecar de cierto prejuicio de clase, visto que hurta el tratamiento de doña a dos de las tres señoras, parte de ese párrafo es deudor de la peor literatura cotilla más que de un supuesto ensayo literario.

Y antes de que se me pudiera olvidar por causas ambientales y como colofón a este apartado, que quede constancia de la existencia de Teodosia Gandarias Landete (1863-1919) cuya relación duró unos doce años y que cortó la muerte de ella con unos días de diferencia antes del fallecimiento del gran maestro, una mujer que Gullón describe como «sensata, instruida, equilibrada» y que le «ayudaría a vadear los años finales de su vida» (Galdós. Maestro de las letras modernaspág. 439)

La conclusión

La experiencia no ha sido grata por dos razones {tal vez alguna más). En primer lugar porque me ha sorprendido la pobreza en la redacción que sugiere una escritura poseída por la precipitación o cierta desgana acorde, posiblemente, con su opinión sobre el personaje. Y la segunda de las razones tiene que ver con algo parecido a la utilización de los lugares comunes donde convive cierta mala leche en torno a la obra de Galdós y adonde acuden quienes persiguen reafirmar su prejuicios. Pero además, este texto en el apartado dedicado a las novelas ni siquiera abarca la totalidad de la producción, supongo que ha sido porque no le gustaron o porque ignora su existencia. Que en este artículo haya pasado por alto el apartado dedicado al teatro no se debe a olvido alguno y sí al hecho de que Vargas Llosa se repite como el ajo en torno a sus puntos de vista que deja bien claros unas páginas antes. En cuanto a lo que opina sobre los Episodios Nacionales, puede leer la novela o escuchar el vídeo. Finalizo con las últimas píldoras que dedica Mario Vargas Llosa a Don Benito:

«No era un hombre de ideas sino de ficciones, y a la del pensar prefería la de inventar y contar historias» (pág. 335) y recuerda que en sus memorias afirmaba «Es que lo imaginario me deleita más que lo real» y en uno de los apuntes finales, el hispanoperuano dice que la obsesión de Galdós «con los problemas y la historia de España, a la vez que da lumbre a su prestigio, señala una cierta estrechez e incluso síntomas de provincianismo» (pág. 346). De ahí, deduzco, que la legión de galdosianos que pueblan la Tierra deben ser el fruto de una anomalía digna de un estudio genético. En fin.

Ignoro si alguien parado en la avenida Tacna anda preguntándose en qué momento se había jodido el Perú, mas lo que si tengo meridianamente claro es que «Imagen de la vida es la Novela y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humanos, las pasiones, las debilidades, lo grande y lo pequeño, las almas y las fisonomías, todo lo espiritual y lo físico que nos constituye y nos rodea, y el lenguaje, que es la marca de la raza…». (Benito Pérez Galdós).