martes, 15 de marzo de 2022

Sempiternas gavias

Un hecho histórico que cinceló su huella en el frotis del año 1941 arrastrando vidas, haciendas exiguas y haciendo de la existencia de quienes nada tuvieron que ver, eso que llaman infierno al que añado una especia de purgatorio pero en sentido descendente, como parada intermedia hacia la nada.

«Y llegó donde el oído pinza el canto de pájaros invisibles mientras un perro tañe una cascada de ladridos».

La hijuela (Mercurio Editorial, 2021) de Marcos Hormiga.

La historia se desarrolla en La Matilla (Fuerteventura). Y es ahí, en el hábitat majorero, donde el relato esparce todos los condimentos para hacer del mismo un elemento imprescindible, necesario, y por tanto, y en este caso, liberado de todo uso estético, que resulta una suerte de espacio vital, delimitando las partes, el todo del texto. Claro es, que los personajes no quedan rezagados, dado que el autor sabe insuflarles las dosis necesarias para que su participación llene las escenas de vida. Dice Esteban, mientras la desesperación le arranca el alma en el horror de la celda: «Camino porque no hay otra cosa que silencio», mientras recuerda que los otros dos familiares también sufren y padecen en sus carnes los rigores y abusos del sistema en un tiempo en el que el odio gozaba de buena salud: La Guerra Civil aún latente, las heridas sin curar, las ansias por la mera supervivencia y los abusos de quienes pueden…

No puedo pasar por alto el estilo del también autor de Micro retratosporque resulta que La hijuela es una crónica sin artificios contables con una tercera parte que no puede dejar indiferente a casi nadie, donde el monólogo de don Antonio parece un canto a la inocencia guiado por una mano diestra, rebosante de paz y amor… Decía que el entorno es intérprete fundamental del relato, tanto como ese viento que cae sobre las gavias y que ignora las montañas que no pueden proteger a nadie, ni siquiera a quien nada debería temer.

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