jueves, 10 de febrero de 2022

Las brumas de un valle

Es probable que los vericuetos literarios nos tengan reservada nuestra particular Comala allende el paraje natural de Ijuana, y si fuera así, no cabe otra que dar las gracias a 𝑰𝒔𝒂𝒂𝒄 𝒅𝒆 𝑽𝒆𝒈𝒂, cuya alma quedó atrapada en ese valle «envuelto en las brumas de su especial surrealismo», según describe el lugar su hija María Teresa de Vega.

Esa referencia a la obra de Rulfo no es gratuita –también hay tiempo para reencontrarse con el universo de Kafka– y sí el fruto de mi visión de los relatos que con gran acierto ha recuperado Nectarina Editorial, y que bajo el título de 𝐂𝐨𝐧𝐣𝐮𝐫𝐨 𝐞𝐧 𝐈𝐣𝐮𝐚𝐧𝐚, supone el homenaje por el centenario del nacimiento del escritor tinerfeño (1920-2020), que junto a Rafael Arozarena y otros colegas más, forman parte de lo que se dio en llamar la «generación del bache o generación escachada». 

Las doce historias que palpitan en este trabajo conviven en tres partes, donde la prosa del hombre que apreciaba los silencios que requieren el intento de pescar se esparcen entre reflexiones que en ocasiones se añoran en estos tiempos de impostura barnizada de nadas: «Después de saludar al anfitrión y señora, tuve la desdicha de caer al lado de otro historiador literario», añádase a esto lo siguiente «Si no sabes apreciar la calidad de una buena pasta dentífrica, tampoco podrás hacerlo con un buen poema».

No obstante lo dicho, las lecturas y sus interpretaciones son hijas de cada cual –un descubrimiento que llegó tras el pedernal o después de la rueda–. Isaac de Vega resulta un gusto para el lector, para quien disfruta escudriñando cada esquina; todos y cada uno de los párrafos, porque «A todo hombre le hace falta industria en su alma, supongo». 

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