Es probable que los vericuetos literarios nos tengan reservada nuestra particular Comala allende el paraje natural de Ijuana, y si fuera así, no cabe otra que dar las gracias a 𝑰𝒔𝒂𝒂𝒄 𝒅𝒆 𝑽𝒆𝒈𝒂, cuya alma quedó atrapada en ese valle «envuelto en las brumas de su especial surrealismo», según describe el lugar su hija María Teresa de Vega.
Esa referencia a la obra de Rulfo no es gratuita –también hay tiempo para reencontrarse con el universo de Kafka– y sí el fruto de mi visión de los relatos que con gran acierto ha recuperado Nectarina Editorial, y que bajo el título de 𝐂𝐨𝐧𝐣𝐮𝐫𝐨 𝐞𝐧 𝐈𝐣𝐮𝐚𝐧𝐚, supone el homenaje por el centenario del nacimiento del escritor tinerfeño (1920-2020), que junto a Rafael Arozarena y otros colegas más, forman parte de lo que se dio en llamar la «generación del bache o generación escachada».
No obstante lo dicho, las lecturas y sus interpretaciones son hijas de cada cual –un descubrimiento que llegó tras el pedernal o después de la rueda–. Isaac de Vega resulta un gusto para el lector, para quien disfruta escudriñando cada esquina; todos y cada uno de los párrafos, porque «A todo hombre le hace falta industria en su alma, supongo».
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