La leyenda negra es un lodazal de proporciones oceánicas al que se debe entrar con manguera de agua a presión y rasquetas. En el primer caso, el líquido servirá para enviar al sumidero el goteo constante, mientras que la herramienta es imprescindible para hacer desaparecer las capas que se han ido solidificando con el paso de las centurias. Es un trabajo imprescindible y hercúleo, pero gratificante salvo que se opte por sobrevivir con el agua al cuello y así no molestar a las élites propias y ajenas.
La Inquisición desconocida. El Imperio español y el Santo Oficio (Arzalia, 2024). Mercedes Temboury Redondo.
«Dicen que los españoles son crueles: ¡Son el pueblo de la Inquisición!».
Estas doce palabras no las encontré en ningún texto decimonónico amarillento, las mismas brotan de la boca de un actor durante una escena de cierta película canadiense, sección francófona, fechada en 2023. Sí, los prejuicios con respecto a España son como un herpes, tanto en el mundo del cine como en el de la televisión, y como botón de muestra, nada mejor que leer Hollywood contra España de Esteban Vicente Boisseau. Dicho esto, entro en el objeto de esta pieza no sin que antes haga un breve recordatorio histórico cuyo protagonista es Julián Juderías, que en 1914 publica La leyenda negra y la verdad histórica, armazón intelectual en el que se despliega un discurso para combatir las majaderías (contengo los exabruptos) propagadas a lo largo de los siglos. Una denuncia a la que se adelanta Emilia Pardo Bazán en 1899 en el transcurso de una conferencia en París donde se refiere a la famosa leyenda. Luego habría que esperar hasta 2017, año de publicación de Imperofobia, de María Elvira Roca Barea, un ensayo esencial que ha roto los anclajes de las mentiras negrolegendarias. Y es que las referencias literarias apuntadas hasta ahora, como el libro protagonista, desbrozan un mismo ecosistema que permiten ver el bosque.
El trabajo de Mercedes Temboury abarca el periodo comprendido entre 1540 y 1700, año éste que coincide con el desembarco coronado de los Borbones en España y no se deduzca algún tipo de fobia... Fruto de una importante tarea investigadora, la Doctora en Historia pone negro sobre blanco, tanto al lector como al especialista, en torno a lo qué fue el diseño de la Inquisición, que más allá de ser una organización que perseguía los delitos religiosos, también se conformó como la punta de lanza, una suerte de clave de bóveda necesaria para el sostenimiento del edificio imperial de la monarquía hispánica y por eso titulo que además de la fe, las estrategias desplegadas por las autoridades españolas en defensa propia resultan razones de Estado, eliminando de esa ecuación cualquier anclaje con las actuaciones de, por ejemplo, el cardenal Richelieu o el planteamiento de John Locke cuando habla de la facultad del Estado para actuar «sin contar con la prescripción de la ley, y a veces, incluso contra ella, aunque siempre con vistas al bien público». Cierto es que cualquier obra humana no está exenta de sufrir los avatares del abuso y la corrupción, pero observando el conjunto anclado en su periodo histórico y no haciendo trampas al solitario como ocurre cuando se analiza desde un siglo XXI infectado de wokismo y una ignorancia calculada, es como se entiende la complejidad de lo que fue la monarquía española. Del imperio inabarcable.
Porque si algo queda claro tras cada página, y destaco este aspecto, no es otra cosa que el descubrimiento de la importancia capital de que los procesos de investigación y la actuación de la Inquisición contaran con todas las garantías legales. ¡Si!, por más que resulte increíble, nuestra vieja nación se adelantó en la tarea de conocer la verdad, de separar el polvo de la paja; en no dar ocasión a las envidias disfrazadas de denuncia por herejías o cualquier otro asunto, en definitiva no hallamos ante una justicia que garantizaba los derechos del acusado (antes que tal cosa ocurriera en los territorios de los afamados publicistas anglosajones) y en muchos casos fue menos implacable en sus castigos que lo que se viene narrando desde la noche de los tiempos.
Evidentemente, La Inquisición… aborda la cuestión (religiosa) judía y musulmana con todo lujo de detalles, sin olvidar el ‘brillo’ luterano-calvinista, y dedica un capítulo a Canarias -que destaco por razones obvias- en el que Temboury señala la existencia de las cabalgadas y rescates de los isleños en territorios africanos, un aspecto que he descubierto con esta lectura a través de la cual he recordado mis incursiones en El Museo Canario repasando algún que otro tomo de las actas del Tribunal de la Inquisición cuya antigua sede puede observarse desde las ventanas de la vetusta institución investigadora grancanaria. También se refiere a las acciones para defender la economía, aplicando aranceles cuando era necesario para la protección del mercado interno o sometiendo a embargos a los enemigos, un mecanismo de diplomacia exterior que la monarquía hispánica «fue la primera en emplear de un modo sistemático durante su enfrentamiento con las recién nacidas Provincias Unidas». Incluso se muestra un dato que me ha provocado una ligera sonrisa y que tiene que ver con los ingleses y su obsesión con España y consecuentemente con Europa, y aquí hago otro inciso que enlaza con las líneas anteriores en cuanto a la mala fe de nuestras élites: No se puede entender la historia del Continente europeo sin España.
Regreso a la fobia inglesa. Así, los hijos de la pérfida Albión diseñaron acciones de «espionaje e infiltración» llevadas a cabo por Diego Orey, quien confesó que tras la firma de la paz tras la guerra anglo-española (1585-1604), el arzobispo de Canterbury y el Parlamento inglés «habían enviado a tres letrados ingleses protestantes eminentes a Europa» a espiar, vigilar y sembrar dudas como si de una mosca cojonera se tratase. Una táctica que transcurridos los siglos mantiene su predicamento (debe estar cincelado en alguna dependencia del Foreign Office), entre las altas esferas británicas: Perro viejo no aprende truco.
En definitiva, además de los breves apuntes que hago, el trabajo de investigación del que se nutre el libro abre las puertas a una serie de hechos que esperaban la ganas y el buen hacer de quien firma las cuatrocientas páginas. De usted depende.