domingo, 19 de enero de 2025

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Los hombres, no soy amigo de desdoblar el sustantivo, somos los 煤nicos seres vivos capaces de torturar por placer, de dise帽ar horrendas experiencias f铆sicas y psicol贸gicas con el 煤nico fin de doblar la voluntad del sujeto. De hundirlo en una suerte de fosa abisal de la que jam谩s, y ah铆 se encuentra el 茅xito, podr谩 hallar el camino de vuelta. Y como una obra humana que es, existe una gradaci贸n, que como un tobog谩n, aplicar谩 supuestos respiros que la v铆ctima entienda como un puerta para su salvaci贸n. Craso error.

Mas en todo la relacionado con la maldad conviene recordar que la misma habita en un ecosistema plagado de un sinf铆n de variantes.

La casa de las bellas durmientes (1961) de Yasunari Kabawata.

La relaci贸n que los japoneses mantienen con el sexo es cuando menos singular vista desde una perspectiva occidental, pero si hubiera que acudir a un periodo hist贸rico en el que hallar explicaciones, parece que aqu茅l no ser铆a otro que la 茅poca Edo, datada entre el 1603 y 1868, donde se ubica la querencia por la pornograf铆a, desde ah铆 saltamos hasta la segunda mitad del siglo XX, concretamente en 1956 donde todav铆a la prostituci贸n era legal, si bien, con la ocupaci贸n estadounidense, los yanquis deciden aplicar su visi贸n de la moral para atraer a los hijos del sol naciente al redil de las buenas costumbres articulando la ley Baishun B贸shi H, que pone fin a tal ‘desenfreno’, pero una cosa es el esp铆ritu del legislador y otra bien distinta la aplicaci贸n de la misma: Bueno, eso ser铆a otra historia. O tal vez, no.

El relato que ocupa a Kabawata, Premio Nobel de Literatura en 1968 y amigo y mentor del escritor Yukio Mishima, habla de la soledad de Iguchi, un sesent贸n que acude a sus recuerdos, entre ellos aquellos que ten铆an que ver con todas esas noches ingratas que hab铆a pasado con mujeres. Y es su relaci贸n con las f茅minas y sobre todo, el universo que describe el tambi茅n autor de La bailarina de Izu, el que despe帽a al lector hacia un inframundo, que a pesar de estar envuelto entre los aromas de camelias no puede tapar un insoportable hedor.

Cuando el narrador se pregunta si puede haber algo m谩s desagradable que un viejo acostado durante toda la noche junto a una muchacha narcotizada, inconsciente; cuando el protagonista yace junto a esa joven y con el paso del tiempo su cerebro es pasto de unos impulsos que generan en Iguchi las ganas de hacerlos realidad, viene a la memoria lo que apuntaba al comienzo de esta reflexi贸n e incluso hace revivir, aunque sea por aproximaci贸n un hecho que ha conmocionado a Francia.

Es un tipo de provecta edad, lo sabe y vive atormentado, aunque «para que no se avergonzara de un viejo que ya no era hombre, [la joven] hab铆a sido convertida en juguete viviente». Qu茅 decir de Kiga, un ser que hab铆a dicho a Eguchi que «s贸lo pod铆a sentirse vivo cuando se hallaba junto a una muchacha narcotizada».

Aunque la ficci贸n jam谩s podr谩 superar la realidad, no es menos cierto que aquella nutre el arsenal de las almas podridas.





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