Su
aproximación a la papelera fue digna candidata --o incuestionable
ganadora-- de una tesis sobre la arrogancia.
Tras
una breve pausa, acompañada de un sutil movimiento de muñeca, dejó
caer dentro del recipiente el que instantes antes fuera el envoltorio
de unas grageas para la tos. La dama hizo un breve apunte al estilo
de los que Mahler concluyó; vamos, cual si fuera uno de sus lieder y
quienes desde el patio de butacas fuimos privilegiados espectadores,
nos miramos durante unos instantes y sin emitir sonido alguno
concluimos que aquel momento debía ser borrado de nuestros tristes
cerebros, porque no todo lo que aparenta interés conviene que ocupe
el mínimo espacio sinóptico.
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