domingo, 26 de julio de 2015

El reencuentro


Desde su última visita habían transcurrido treinta años, tiempo suficiente para confundir nombres de calles o no hallar aquélla plazuela, que reconvertida en una rotonda, había sido el lugar preferido donde aplacar los sinsabores de la jornada. Porque, tanto a la ciudad como a él, el tiempo no había concedido las treguas necesarias para encajar algunos golpes del destino.
 Tras recuperarse de la sorpresa inicial, reanudó la marcha por la avenida principal que le conduciría hasta el corazón de la bulliciosa urbe, en tanto un sin fin de calles, a modo de una red arterial, nutrían de paisanos el ‘sistema circulatorio’.

-Buenos días, señor. Bienvenido al Sacram Hotel, donde estamos convencidos de que su estancia será gratificante, dijo un amable recepcionista. Tras los trámites de rigor, se dirigió al ascensor, pulsó el nueve y en menos de un minuto llegó a su planta. Al salir del habitáculo, buscó en el directorio la ubicación de su habitación y hasta ella encaminó sus pasos.

La 986 era una estancia con amplios ventanales desde los que se veían un parque y la confluencia de dos avenidas. Una cama doble, el mini bar y el baño, completaban el paisaje de la que iba a ser su casa en los próximos días.
 Una ducha con agua caliente y un güisqui hicieron las veces de reconstituyente. Enfundado en un albornoz, fue a por el maletín del que extrajo el ordenador portátil y unas carpetas. Las horas siguientes pasaron entre apuntes, correcciones en pantalla y algún que otro recuerdo de emociones pasadas, de deseos no correspondidos.

El repentino sonido del teléfono truncó uno de esos momentos a los que tan aficionado era. Recuerda que el plazo de entrega se cumple dentro de cuatro días, oyó que le decía el editor.
 No te preocupes, cumpliré lo prometido, aunque como sigas llamando te haré responsable de un nuevo retraso. Estoy harto de tantas prisas, afirmó tras colgar el auricular.




Una cena frugal fue la pausa más importante de toda la jornada, de la que disfrutó mientras observaba la ciudad. Los vehículos, luces rojas o blancas según el sentido de la marcha, trazaban un paisaje, que por habitual, ofrecía unos matices aderezados por los geniales 'vuelos' del sempiterno Charlie Parker.
 Volver a esa ciudad había sido un acierto, dado que su punto fuerte nunca fue huir a pesar de que enfrentarse a los hechos le supusiera un esfuerzo titánico.


En definitiva, reencontrarse con la urbe donde conoció lo que era vivir sin miedo, se estaba mostrando como una decisión afortunada ¡Y sólo yo sé lo que eso vale! Descolgó el teléfono, marcó el siete y mientras esperaba, tomó un trago de güisqui y…

-Servicio de habitaciones, dígame.


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